Se lo han llevado. Hemos tenido apenas una semana para probar el Hyundai i20 N. Siete días para ver qué daba de sí este pequeño deportivo surcoreano que llegó al mercado como el tercer modelo ’N’ de la marca tras el i30 N y el i30 Fastback N. Y la verdad es que el veredicto final se podría resumir en una palabra: amor. Este coche tiene defectos, por supuesto, pero es un coche desarrollado por amor al asfalto, a la gasolina y a las cuatro ruedas. Un vehículo hecho por y para disfrutar. Y vaya si lo hemos hecho.

Basta una mirada para anticipar que el i20 N no es un compacto normal. Este pequeño deportivo de 4,07 metros de largo y 1,77 de ancho te mira desafiante desde cualquier ángulo. En el frontal, sus afilados grupos ópticos acompañan a unas entradas de aire más grandes y a un paragolpes más agresivo, con detalles en rojo que recorrerán el resto de su silueta, incluyendo el llamativo faldón lateral, hasta el difusor trasero, con una enorme salida de escape, real, en la derecha. Un alerón, de verdad, corona una zaga muy peculiar. Sus llantas oscuras de 18 pulgadas y sus pinzas de freno pintadas en rojo culminan el conjunto.

En el interior, como es habitual en estas versiones, se mantiene el diseño del i20 estándar, muy acertado gracias a su ecosistema digital, sencillo de utilizar y con lo último en conectividad. Su respuesta podría ser mejor, pero tampoco es mala. Dispone de asientos deportivos, un volante específico y materiales de mayor calidad en elementos como la palanca de cambios. El plástico duro sigue presente, pero es el precio a pagar para que no cueste más de 28.290 euros. Casi todo su equipamiento es de serie y su habitabilidad es sorprendente. Su maletero, de 352 litros, es poco profundo, pero cumple.

Con ’N’ de Nürburgring

Pero sin duda, lo mejor del vehículo es arrancarlo y dejarse llevar. Su motor es poderoso, algo tímido a bajas vueltas, pero violento a altas revoluciones. La palanca de cambios, sí, es manual, ofrece recorridos cortos y precisos. En la marcha correcta, recupera sin ningún problema. Los 204 CV de potencia que entrega son más que suficientes para abusar de sus 1.265 kilos.

Lo mejor del plano dinámico, sin embargo, no es su motor, es el chasis. Se nota que se ha ajustado en las sinuosas, peligrosas y bahceadas curvas de Nürburgring. Es estable y muestra un gran aplomo sin ser excesivamente incómodo, aunque cubrir largas distancias puede hacerse complicado. Encadenar curvas con este vehículo es una delicia porque lo hace con extrema facilidad y, además, con suavidad, algo sorprendente en contraste con el nerviosismo de su motor a revoluciones altas. Su dirección está muy bien ajustada, transmite bastante y es muy directa. Todo el conjunto lo convierte en un coche muy divertido y gratificante de conducir, incluso a velocidades bajas. El sonido juega aquí un gran papel, siendo de lo mejor del segmento. El consumo se situó en la prueba en los 7,8 litros, pero ronda los nueve si se abusa del acelerador.