Echando una ojeada a la Biblia, me apasiona esa parte de los personajes antes del Diluvio Universal. Así, nos cuenta que Matusalén -en hebreo, significa «cuanto muera, será enviado»- vivió 969 años. Pero sigue sorprendiéndome que a los 187 engendrara a Lamec, a su vez padre de Noé a los 182 años, es decir, que Matusalén fue abuelo del hacedor del Arca a los 369 y, yendo más allá, Noé construye la misma cuando ya tiene 600 años, con lo que se llega a la conclusión de que nuestro principal personaje muere, precisamente, el año del Gran Diluvio.

¿No me negarán que no es precioso recordar todo esto? Claro que los estudiosos de la «otra parte de la Biblia», dicen que hubo un gran error en el cálculo del tiempo, porque los primeros traductores confundieron los ciclos lunares con los solares, con lo que las edades son 13,5 veces menos, es decir, que nuestro prohombre vivió 72 años, edad igualmente avanzada para aquella época. Pero esto es un largo prólogo de lo que quiero decir para la actualidad que vivimos. Observen:

Los más longevos, hoy, alcanzan más o menos los 120 años. Mas la ciencia pretende que lleguemos en tropel a los 115 en un estado físico y psíquico más que aceptable, en el que las artrosis o artritis no impidan hacer funciones normales, y que nuestras neuronas igualmente respondan a las imprescindibles necesidades del momento. Lo que no nos cuentan, ni predicen, es lo que nos ocurrirá cuando rebasemos ese siglo y tres lustros, ni cómo será nuestro derrumbamiento. Yo opino y oriento a los optimistas, que mejor vayan poniendo sus actuales fotos en un marco digital y, así, cuando vayan llegando al fin de sus días, vean de forma automática cómo eran de guapos y esbeltos sesenta años atrás. No obstante, creo que les va a resultar un tanto duro.