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La dura vida en las comarcas mineras

Así se vive en una infravivienda

Isabel Montoya subsiste en una casa ruinosa en Turón sin apenas luz ni servicios por la que paga 100 euros al mes | Solo puede conectar un microondas y una de las paredes del comedor se derrumbró a consecuencia de las lluvias

Así se vive en una infravivienda

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Así se vive en una infravivienda C. M. Basteiro

Cuando tenía 12 años, Isabel Montoya sufrió una meningitis que le congeló la razón en esa edad. Por eso en esa habitación tan lúgubre, que parece tiznada de miseria, hay un edredón tan bonito y cuatro muñecas. El papel se rinde a jirones y una pared ya se ha caído: "Pasad, me gustaría tenerlo más limpio pero por mucho que paso la fregona no termina de quedar bien".

Dentro huele a humedad y apenas hay luz pero, a pesar de todo, la sonrisa de Isabel resulta acogedora. Isabel vive en una "infravivienda" -casas que no reúnen las condiciones mínimas de habitabilidad y están a la renta- en La Veguina, en el valle mierense de Turón. Ha solicitado ayuda al Ayuntamiento y al Principado para terminar con la angustia de ver su hogar derrumbarse. Lleva más de un año esperando por un piso de emergencia: "Yo no sé qué más hacer". Paga religiosamente, este diario ha tenido acceso a varios extractos bancarios, cien euros al mes por una casa en ruinas.

"Me han dado unas pastillas porque paso mucho miedo en esta casa", afirma la inquilina. Muestra una caja de Sertralina, un antidepresivo. "Es que no es fácil que me den nada. Llevar este apellido cuenta; la gente no se fía de una mujer gitana. Pero yo siempre cumplo". Cobra mensualmente 412 euros (el salario social), de los que cien ya se van para el alquiler. El resto es para facturas y "como y visto como puedo".

Se levanta cada día de esa cama grande en una habitación que parece de un cuento de Dickens. La siguiente parada es en el baño, un aseo ajado en el que se pincha la tripa por la diabetes. Luego desayuna, en una cocina con los suelos levantados. Enciende un microondas para calentar la leche y junta las manos en ojiva -literalmente- rezando para que no se vaya la luz.

Ese horno es el único electrodoméstico que tiene en la casa. "Tengo una nevera pero se la di a mi hija para que la guardara, también la lavadora. Es que aquí no se puede poner", asegura. Así que, después del primer café, tiene que lavar a mano en otra de las habitaciones. Es el cuarto que más huele a humedad. Se levanta de la pila y se frota los riñones: "Estoy cansada, ¿sabes? Porque no duermo bien, duermo con un ojo abierto por si la casa se me cae encima".

No exagera. El tendedero está en el comedor. Un espacio que, hasta hace unos meses, era su lugar favorito. "Un día estaba lloviendo mucho y empecé a escuchar un ruido raro, cuando me di cuenta estaba cayéndose el muro de la casa".

Y no le falta razón, al comedor le falta una pared e Isabel vive parte del día al raso: "Es que aquí no puedo ni comer, soy muy infeliz", explica, encogiéndose de hombros.

No es consuelo, ni de lejos, pero su caso no es único en las Cuencas. Según la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), cada vez hay más personas y familias subsistiendo en "infraviviendas".

En esta situación pueden intertevenir varios factores: la falta de empleo, la dificultad para obtener un salario digno o la incapacidad de los inquilinos para cumplir con las obligaciones de un alquiler en el mercado tradicional (como el pago de fianza), hacen que "algunos propietarios se aprovechen y pidan sumas bastante elevadas por casas en muy mal estado. Incluso nos hemos encontrado con trasteros en venta".

Por ahí fuera

"No sé lo que habrá por ahí fuera -Isabel señala por la ventana-, pero creo que pocas personas pueden necesitar una casa más que yo". Habló con la propietaria de su vivienda, es la sobrina del hombre que se la alquiló y que ya ha fallecido, y ella le dijo que "podía conformarme con lo que había o marcharme, pero ¿a dónde voy a a ir?".

Un vecino anunciaba el alquiler de una vivienda muy cerca, pero ella no puede pagarla: "Son 200 euros al mes de renta y de fianza cuatrocientos, no tendría para comer ni para medicinas ni...".

Isabel tiene una hija. Pero la joven, explica ella, "aunque me ayuda en lo que puede, también tiene que hacer su vida". "Llevo veintidós años viviendo aquí. Los vecinos saben que soy de fiar, que soy decente, pero nadie puede darme una oportunidad", lamenta. Entre tanto roto, tanto frío, llama la atención una foto en un marco dorado. Una pareja joven, sonriente, los dos morenos. Isabel con su marido, antes de que enviudara y de que su casa se convirtiera en un infierno.

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