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Miguel Álvarez Fernández, "Ponticu" | Escultor y pintor

"Pasé de la terracota al bronce, pero me faltaba el aire... y lo encontré en el acero"

"Está muy mal que las pinturas de la Universidad Laboral estén tapadas: es triste ocultar la obra de un artista, no se puede tergiversar la historia"

El escultor Miguel Álvarez Fernández, en los Campinos de Begoña. JUAN PLAZA

- Defínase.

-Nací en Gijón (1962) y soy escultor. Estoy casado y tengo dos hijas.

- ¿Cómo fue su formación?

-Sacando un poco de aquí y de allá, pero principalmente soy autodidacta.

- ¿No estudió carrera?

-De escultura, no, pero soy protésico dental. Ni de escultura, ni de pintura; mis padres no lo veían provechoso.

- ¿Cuándo se dio cuenta que lo suyo era el Arte?

-Yo lo que quería ser era pintor. Hice la carrera en Madrid, y las clases eran por la mañana, así que tenía las tardes libres y un día aparecí en una especie de Universidad Popular como la de Gijón para hacer unos cursos de escultura. Era muy elemental. Había una profesora y acudían unas señoras ociosas que hacían una un platito y otra una tacita. Yo llegué con unas fotos y la profesora dijo que tenía que llevar una escultura. Y lo hice, me prestó una tía mía una escultura de Sebastián Miranda y dije que la quería copiar. Las esculturas tienen que llevar un armazón y la profesora no tenía ni idea de armazones. Yo tenía que hacer una pescadora esbelta, pero el barro de cerámica es más blando que el que se usa para la escultura y está más húmedo, y al mismo tiempo el movimiento de las manos, de las vibraciones... fue encogiendo y encogiendo. Acabé por presentar una pescadora chaparra, como una albóndiga. Allí estuve un par de meses y cuando vi que no me aportaba nada lo dejé. Decidí trabajar en casa.

- ¿Ésa fue toda su formación?

-No, cuando vine a Gijón, después de la carrera, mis padres insistieron en que me buscara una clase. Había una academia en Gijón, pero bueno, el profesor estaba a otras cosas. Sabía mucho más de lo que enseñaba, pero... Quise correr mucho. Las formas las tienes en la cabeza pero la técnica la tienes que aprender. Y la técnica la consigues preguntando aquí y allá y equivocándote mil veces... Normalmente nadie te enseña nada, nadie te quiere decir nada, todos son secretos, y bueno, sales haciendo muchas meteduras de pata. De aquella, me acuerdo que quería hacer bronce, y el bronce lo encontraba inalcanzable. Entonces había un producto que encontré en Gijón que era polvo micronizado: lo mezclabas con poliéster y salía una cosa parecida al bronce. Luego, con los años, descubrí que el polvo micronizado era más caro que el bronce de verdad. Yo cuando trabajaba con él se me pegaba al molde, y era un desastre. Tiraba el sueldo de un mes en hacer una escultura para la basura. Son muchos tortazos y te duelen porque de aquella no tenía dinero.

- ¿Había abandonado las prótesis?

-No, trabajé muchos años de protésico dental, seguí compaginando la carrera con el arte, hasta que puede vivir de la escultura.

- ¿Recuerda la primera escultura que cobró?

-No, no lo recuerdo. Al principio era una especie de trueque. Tenía amigos que me decían "Hazle un busto a mi hija y te regalo no sé qué". Pero seguro que era un busto porque en aquella época me dediqué a ellos. Tuve un gran mercado en Madrid. Y luego me metí por el mundo de las galerías y las exposiciones y entonces dejé aparcado un poco los bustos. Parece que de cara a las galerías estaba mal visto que fuera retratista.

- ¿Y qué hacía?

-De todo. Principalmente figurativo. Primero hice árboles de terracota, pero era muy complicado, y me metí por el bronce, pero me faltaba la transparencia, el aire... y lo encontré en el acero.

- ¿De qué tamaño son sus árboles?

-Empecé con pequeños y fueron creciendo. El de Oviedo mide más de seis metros de altura. Hago peces y pájaros.

- ¿Cuántas exposiciones ha realizado?

-No lo recuerdo, son muchas. Tengo que actualizar mi currículum, soy un desastre para los papeles. Seguro que me faltan, no llevo bien mi parte burocrática. Estos últimos años estuve viajando por Asia e hice una exposición en Singapur, en Hong Kong... También en Francia y en Estados Unidos.

- Tiene su belén en el Jardín Botánico

-Sí, antes lo tenía en los Campinos de Begoña, y llegaron los de Foro y lo mandaron para el Botánico. Pero ya casi no tiene que ver conmigo. Con los alcaldes Tini y Mapi, todos los años hacíamos alguna pieza nueva y me encargaban la restauración. Este año supuso una sorpresa que me llamaran para arreglarlo. Le hice un buen lavado de cara, ya que estaba hecho un desastre.

- ¿Son todos personajes conocidos?

-Sí, pero nunca he querido desvelar quiénes son. Si alguno los identifica, está bien.

- ¿A quién admira?

-A un escultor que no es conocido, Víctor Ochoa, que ha hecho la escultura de Sabino Fernández Campo en el Parque San Francisco de Oviedo, y Navascués me apasiona; no sé por qué no trasciende más.

- ¿Cuál es su última obra?

-Un tiburón de dos metros y medio, de acero inoxidable, que está en una finca de Puerta de Hierro, en Madrid.

- ¿Qué le parece que las pinturas de la Universidad Laboral están tapadas, siendo obra de Enrique Segura?

-Muy mal. Me parece muy triste ocultar la obra de un artista y me parece más triste aún el hecho de que la gente que estaba representada allí eran los que la hicieron... No se puede tergiversar la historia. Fue un regalo para Gijón.

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