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La última evocación soviética de Pumarín

La nonagenaria Pilar Álvarez, refugiada de niña en la URSS, recibe un tributo de la Embajada rusa en su geriátrico: "De mis amigas, quedo yo"

La última evocación soviética de Pumarín

-¿Sois de Rusia? ¡Yo viví allí muchos años!

Aunque la memoria empieza a jugarle malas pasadas, cuando a la nonagenaria Pilar Álvarez se le pregunta por qué vivió buena parte de su vida en Leningrado (ahora San Petersburgo) dice: "Yo debía de tener 12 años y me dijeron que había un barco fascista en el puerto y que nos teníamos que ir por si nos pasaba algo". No se refiere a sí misma como "niña de la guerra", pese a serlo, y solo sabe que a ella los rusos la trataron "divinamente" cuando tuvo que "escapar" de Gijón. Reside desde hace meses en el geriátrico La Mixta de Pumarín, cuyos responsables recibieron anteayer una llamada que ellos tildan de "surrealista": un ruso les pedía permiso para hacerles una visita al haber localizado, aún no saben cómo, a su usuaria.

Este interlocutor explicó trabajar en la Embajada rusa de Madrid y que su intención era enviar al geriátrico a dos de sus diplomáticos con la única misión de entregarle a Álvarez y a otro anciano ovetense una medalla honorífica por "el 75.º aniversario de la victoria en la Gran Guerra patria". Y dicho y hecho: se presentaron ayer vestidos de etiqueta con la medalla, flores, fruta y galletas. La agasajada no daba crédito y se perdió buena parte del discurso de los dos visitantes porque sufre profundos problemas auditivos, pero sí entendió lo suficiente como para besar la medalla en cuanto se la dejaron en las manos, preguntando: "¿Este no será Lenin?".

La memoria de Álvarez es muy selectiva. Tiene 95 años, pero si se le pregunta por su edad, cansada ya de hacer restas, dice que nació en 1924. Y aclara que es de Mieres, que se crió en Turón y que su padre era minero "y muy de izquierdas", pero no recuerda si cuando partió a Rusia él estaba vivo: "Se murió antes o después, al poco, por la guerra. Ya sabes". La antigua URSS acogió a más de 7.000 españoles y entre ellos había una gran cantidad de exiliados y niños asturianos. Y a Álvarez, aunque el viaje hasta la Europa del Este se le ha olvidado por completo, cree que al menos parte del trayecto fue en barco, porque le parece haber visto el océano, pero ni se acuerda bien ni tiene con quién consultarlo. "A veces casi hasta me gustaría a mí perder algo más la cabeza porque aunque se me olviden cosas yo estoy muy lúcida. Todas mis amigas de entonces ya se murieron o están tan malas que no me conocen. Solo quedo yo", lamenta. Piensa, sobre todo, en una amiga suya, Irene: "Era de Cudillero y se vino conmigo. Estuvimos juntas todos aquellos años en Moscú. Yo estuve 35 años dando clases de español. Ella era médico y yo, durante un tiempo, enfermera", completa.

Pese a las lagunas, está "segurísima" de haber estado, al menos, en Moscú y en Leningrado, y que en total su estancia en el país se alargó durante esos 35 años. Se casó con "un hombre muy bueno" llamado Viacheslav -si se le deja un cuaderno y un bolígrafo, Álvarez escribe en caligrafía grande y clara el nombre de su esposo y lo pronuncia con un excelente acento ruso-, pero a quien ella llamaba "Víktor". "Era su apodo, más guapo. El pobre se murió hace ya tiempo y yo me vine a mi patria", relata.

Puede que los dos rusos de la embajada no estuviesen muy al tanto del estado de Álvarez, porque camina a toda velocidad con su andador y habla por los codos, pero ella misma lamenta que oye "fatal". El acto de entrega de la medalla, que estaba pensado que fuese más bien solemne, acabó en un ataque de risa general porque la nonagenaria o rogaba que se le repitiese la última frase o lanzaba algún chascarrillo inesperado. Junto al distintivo, los dos enviados, Karolina Koroleva y Alexey Fufaev, se trajeron también desde Madrid un gran ramo de flores, un cesto de fruta -para horror de Álvarez, más fan de lo salado, que creyó que la iban a obligar a comérsela-, dos calendarios con fotografías del país y un neceser de cosmética. "No sé por qué vinieron de tan lejos porque yo no soy nadie, pero sí es verdad que sufrí mucho", agradeció la mujer, que desconoce que, curiosamente, tiene ahora en su poder una medalla igual a la que tiene el líder de Corea del Norte, Kim Jong Un. El presidente Vladimir Putin le otorgó la misma insignia hace dos meses.

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