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Yo también te tengo envidia, Otín; ¡y a mucha honra!

Carta abierta a un profesor e investigador que siempre ha destacado por su calidad científica y humana

Querido Carlos:

Me gusta muy poco aparecer en los medios, porque siento como que supone arrogarme un protagonismo que no merezco. Pero necesito explicar, en un lenguaje algo pobre frente al que tú manejas con tanta propiedad, que tengo envidia de ti. Una envidia sin odio, sin maledicencia, sin calumnia (no la que apuntaba hace unos meses Pilar Rubiera en estas páginas), pero, al fin y al cabo, envidia.

Entiendo que esa envidia sana hacia ti es algo habitual y justificable en nuestro mundo universitario. En realidad, se trata de una combinación de admiración y respeto por todo lo que representas. Un profesor al que los alumnos de varias generaciones han tomado como referente por haber puesto tanto empeño, maestría e ilusión en transmitirles conocimiento como el que pone ante la audiencia científica del más alto nivel de especialización. Un investigador que, junto con su grupo, ha alcanzado unos logros que la ciencia reserva para unos pocos, y entre cuyos colaboradores están varios de los estudiantes de Biología más brillantes que conocí en los años en que impartí Bioestadística en esa Facultad. No sólo están siendo excelentes bioquímicos y biólogos moleculares, sino que muy seguramente habrían sido bioestadísticos extraordinarios (de ahí proviene una parte de mi envidia). Un científico que es capaz de encandilar a los oyentes de programas de radio o de televisión, con su singular habilidad comunicadora y con una cultura amplísima que recuerda al Uomo Universale del Renacimiento, y consigue divulgar y acercar la ciencia a la sociedad de un modo tan amigable (la ciencia sin lágrimas, como etiquetan algunos libros) que hace la labor de los investigadores más popular y apreciada.

Un ser humano y un compañero que, como han señalado tantos en los últimos tiempos, siempre está dispuesto a escuchar, orientar y apoyar a cualquiera que se acerque a él con una duda, un problema o, simplemente, en busca de consejo, sin más beneficio para sí mismo que la satisfacción de servir de ayuda a los demás.

Todo ello es fruto, en gran medida, de tus altas capacidades intelectuales. Pero, es consecuencia, asimismo, de otras capacidades que son resultado inequívoco de tu propia voluntad, aunque en ti parezcan ser consustanciales: una generosidad enorme, una empatía y una sensibilidad difíciles de encontrar; en resumen, una gran bondad.

Sin haber colaborado nunca contigo en tareas científicas (¡cuánto me habría gustado!), y habiéndote conocido tras muchos años de haber llegado a Asturias, siento mucho orgullo y agradecimiento de compartir Universidad y comunidad contigo. Por todo lo que has hecho por ambas y porque tengo la sensación de que, al compartir esos espacios, algo debe de habérsenos "pegado" a los demás ocupantes.

Carlos, mientras sea sanamente, déjanos seguir envidiándote. Por favor, sigue escribiendo. Tanto si lo haces sobre tu ámbito científico como si lo haces sobre lo humano, aprendemos de ti y nos ayudas. La envidia bien entendida también puede hacernos mejores.

Un abrazo muy fuerte.

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