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Un hombre de bien

Un científico de valía y una persona de gran generosidad

He tenido la suerte de ser amigo del Profesor Agustín Costa durante los últimos años. Aunque le conocía desde mucho tiempo atrás, empecé a tratarle con asiduidad a partir del 2006, año en que fundamos con otros compañeros la Asociación de Profesores Universitarios "Santa Catalina". Nuestra relación se estrechó aún más al empezar a colaborar con su Grupo de Investigación unos tres años después. Hoy, tras su perdida, que tanto nos ha afectado, quisiera recordar algunos detalles de su vida científica, religiosa y familiar

Hay cinco criterios para conocer la valía de un científico: publicar (mucho) en revistas de prestigio, ser invitado a impartir conferencias en el extranjero, recibir alumnos extranjeros en el propio laboratorio, formar personas que posteriormente ocupan puestos de relieve y, finalmente, hacer aportaciones relevantes a la sociedad. Aunque Agustín sobrepasó ampliamente la media en los cuatro primeros puntos, donde destacó con luz propia fue en su capacidad para lograr que su investigación redundara en beneficio de sus semejantes. En la mente de todos está el difícil record de crear en Asturias cuatro empresas "spin off" con ideas y personas salidas de su entorno. Una de ellas forma ya parte de la multinacional Metrohm y otra está a punto de lanzar al mercado mundial un aparato portátil para detectar la enfermedad renal. A sus colaboradores nos ha dejado en herencia, entre otras cosas, el empeño en desarrollar un método barato y eficaz para detectar precozmente la celiaquía.

Agustín frecuentaba los sacramentos. De ellos y de las oraciones de sus innumerables amigos sacaba fuerzas para capear las contrariedades de la vida, las numerosas dolencias que le fueron aquejando y, sobre todo, para afrontar con valor y serenidad el cáncer que, al final, acabó con él. Muchas veces comentamos las grandes intuiciones de san José María, otras veces me descubría la figura de Monseñor Álvarez del Portillo, otras, en fin, era yo el que le hacía participe de mi profunda preocupación por la situación actual de la Iglesia en general y la de España en particular.

De su familia conozco sobre todo a su mujer Nori, admirable por tantas cosas. De sus hijos me contaba sus éxitos y sus maneras tan diversas de afrontar la vida. Pero cuando realmente disfrutaba era hablando de sus nietos, que le admiraban profundamente. Uno de ellos le preguntó recientemente: "¿Qué tengo que hacer para ser como tú?".

Generoso con todos, perdonó siempre a los que le hicieron pasar malos ratos, tremendamente eficaz en el trabajo y siempre preocupado por los demás, nos ha dejado antes de tiempo, con una estela de buen ejemplo cristiano, que es lo que siempre quiso ser.

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