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Lo que será, será

Ante la jubilación del director de la Biblioteca de la Universidad de Oviedo

La jubilación es un ansiado sueño para muchos y una tragedia sin júbilo para unos pocos. Todos los días echamos para casa valiosos médicos, jueces o profesores y el servicio público parece continuar su actividad cotidiana como si nada. Hoy quiero contribuir modestamente a hacer más incómoda la última semana como funcionario de un excelente profesional. Ramón Rodríguez, actual director de la biblioteca de la Universidad de Oviedo, se jubila tras medio siglo en la Institución académica. El prestigioso cuerpo de facultativos de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos del Estado pasa a la reserva este mes uno de sus principales referentes nacionales. Gran reserva, diríamos.

Mi amigo Ramón comenzó de becario bibliotecario durante sus estudios de Filosofía y Letras en los años setenta, cuando dirigía ese servicio la célebre Carmen Guerra. Eran tiempos convulsos, donde revoltosos melenudos con pantalones de campana conspiraban contra el régimen. Los libros eran el arma principal contra la dictadura y los estudiantes universitarios ejercían de sospechosos habituales. El devenir natural, por tanto, le llevó a simpatizar con la izquierda, incluso a compartir un utilitario con Felipe González. El paso del tiempo le ha hecho menos dogmático. Nacemos poliédricos y acabamos esféricos. Y Ramón ha sido muy poliédrico. Mucho.

Nuestro querido archivero pertenece a eso que llamamos las élites culturales, por mucho que él reniegue de tal categoría. Gusta más de hacer valer su condición de aldeano de Tuernes y presumir de su condición de Llanerense del año 2010. Por cierto, sus vecinos le homenajean el sábado 29 de febrero con una cena en Pruvia. La Universidad lo hará en el edificio histórico el viernes 6 de marzo a las 14 horas. Magnífica representación de las caras de Jano, el dios (Ramón me felicitará por la minúscula) de la doble perspectiva en que se mueve su vida, entre el campo y la ciudad, como villano o cortesano que bien podría cantar un aria de ópera barroca -es habitual verle en el Campoamor- pero disfruta más entonando "El chalaneru" y modulando su ronca voz.

En ese reparto, nada impide a nuestro querido director alternar el asturiano con su perfecto inglés o francés, idiomas que oculta por una errónea modestia; unas veces para que un tercero brille más, otras por no parecer pedante. Esto no frena que, en el chigre se nos venga arriba con sus amigos e interprete con Doris Day "que será, será"? "Whatever Will Be, Will Be". En esa canción, la popular actriz norteamericana explica a su hijo que el futuro no es nuestro ("por lo visto") y discurre azarosamente.

Aquel becario quizás imaginaba su futura actividad profesional entre libros y legajos, pero no pudo siquiera soñar el protagonismo real que alcanzaría en la vida universitaria española, promoviendo redes, grupos de trabajo y cooperación internacional. Algo que no le impidió trabajar regularmente la noche ovetense, los garitos del Oviedo antiguo y aquello que los provincianos llamábamos "boites". Tampoco podía suponer que tras la reforma universitaria acabaría siendo buen amigo de todos los vicerrectores de investigación, muchos luego rectores. En los años 90, llegaría su tesis doctoral, sobre la historia de la propia Biblioteca de la Universidad de Oviedo hasta su trágica destrucción durante la Revolución del 34. Tiene ya preparada su continuación hasta nuestros días. ¿Será indulgente consigo mismo?

No atendió algunos cantos de sirena para ser alto cargo porque rehúye la desagradable táctica de confrontación que se práctica en España, a pesar de mantener las mejores relaciones con todos los partidos políticos. Hizo bien. Si encajas mal la crítica injusta y gratuita no lo intentes porque se ha instalado -parece que para quedarse- en la actividad parlamentaria nacional y regional. Tampoco soporta estar alejado del Baladro del sabio Merlín, aunque ahora deberá acostumbrarse.

Mirando retrospectivamente, como Jano desde el futuro, vemos a Ramón defendiendo los libros y revistas científicas en las duras reuniones económicas. Su autoritas y solvencia técnica en la gestión cotidiana de los problemas le facilitó un liderazgo interno y externo nunca cuestionado, a pesar de ser la Universidad un escenario proclive al conflicto. Créanme si les digo que la biblioteca ha sido el buque insignia de la Universidad de Oviedo, comparable a los mejores departamentos investigadores. Mérito de muchos, lo sé. Rara era la institución académica que he visitado que no me enviaban saludos para él, como referente del sector. A su homenaje universitario ya han anunciado la asistencia muchos colegas; entre ellos Severiano Hernández, subdirector general de Archivos Estatales y antes estacionario de la Universidad de Salamanca.

Ramón Rodríguez también dirige desde hace siete años el Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA) donde ha venido contribuyendo a su actividad como miembro desde hace décadas. Allí sacarán partido a su carácter cordial y a sus buenas relaciones institucionales. Gana también el RIDEA su dedicación total y gratuita. Pierde la Universidad un legendario empleado que encierra la memoria histórica reciente y encaja a la perfección en el perfil del funcionario, según Oscar Wilde: "Lo importante es que sea un caballero; si no es así, cuanto más sepa... peor". Jubilamos a un respetable técnico, erudito y prudente. Que no es poco.

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