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Matías Vallés

El descontento de Anguita

Un gigante de la política de gran magnetismo personal y discursivo que nunca podría ser ministro

El coronavirus ha hecho más en dos meses por el marxismo que los partidos de adscripción comunista durante el último medio siglo. Julio Anguita prefigura a la izquierda que parecía disparatada antes de la pandemia, y que se hará obligatoria tras el confinamiento. De hecho, el poder de anticipación del alcalde de Córdoba lo condenó a la trastienda, para ser sustituido por un progresismo guay. Contradictorio como todos los maximalistas, el malagueñocordobés sirvió de trampolín a Aznar contra la coalición PSOE-GAL de 1996, aunque se suele omitir que González solo perdió porque se retiró del combate. Su "programa, programa, programa" consiguió que miles de comunistas votaran al PP en la mayoría absolutista del aznarismo en 2000. Quiso curar una corrupción y sirvió de tránsito a otra.

La categoría de los grandes políticos que nunca podrían haber sido presidentes del Gobierno enlaza a Fraga y Guerra. Entre los gigantes que nunca podrían haber sido ministros, Anguita se liga con Tierno, Roca o Carrillo. Comparten el magnetismo personal y discursivo. Ahora bien, el retrato cruento de su correligionario Vázquez Montalbán en "Mis almuerzos con gente inquietante" demuestra que la titulación califal de Anguita no era una exageración, sino una aspiración.

Anguita traducía a un personaje profundamente descontento consigo mismo. De ahí que funcionara mejor como invocación que como líder concreto, una vez canalizado y destilado por la revuelta populista de su apadrinado Pablo Iglesias. Al margen del triunfo de sus tesis, para el depositario de las esencias comunistas debió ser frustrante comprobar que Podemos lograba en unas solas elecciones tantos diputados como IU a lo largo de toda su trayectoria. Los morados introdujeron la jovialidad evangélica, en los sermones de un guía donde se verifica que la obstinación ideológica es el mejor refugio de la misantropía.

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