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Un Diccionario de esperanza

Consideraciones sobre la cultura asturiana y su gestión política

Un Diccionario de esperanza

Tiempo de esperanza pese a tanta desesperanza. Han tenido que pasar doscientos años para que Asturias publicara, al fin, los "Papeles para el Diccionario Geográfico-Histórico de Asturias" que Francisco Martínez Marina (Oviedo, 1754-Zaragoza, 1833) reuniera para el gran proyecto de la Real Academia de la Historia de realizar un diccionario de toda España. Un proyecto iniciado por Campomanes en su etapa como director y que Martínez Marina, al frente de la Academia tras la Guerra de la Independencia, continuó y hubiera finalizado si el nefasto rey Fernando VII no lo hubiera desterrado a Lérida. El primer historiador del Derecho español, jurista, filólogo y sacerdote legó entonces, en diciembre de 1818, todos los materiales y artículos en los que había trabajado a la Academia de la Historia.

Dos siglos y diez meses después, el monasterio más antiguo de España, el de las benedictinas de San Pelayo de Oviedo, acogía el pasado jueves un acto histórico en lo cultural, que enlaza directamente con la tradición asturianista, aquella que habla de nuestra memoria ilustrada, de aquellos hombres y mujeres que dedicaron -y aún lo hacen- su vida y su obra al estudio y la defensa de lo propio, con rigor, independencia y amor al país.

Florencio Friera, profesor ya jubilado de la Universidad de Oviedo, es el autor de la edición, tres tomos que describen, concejo a concejo, la última etapa de la sociedad asturiana del Antiguo Régimen. Y el audaz editor es Benito García Noriega, quien, al frente de KRK, ha puesto a disposición de la ciudadanía una cuidadísima y ejemplar edición.

Con un salón abarrotado de público, acompañaron en la mesa a Friera Álvaro Ruiz de la Peña, profesor ya jubilado de la Universidad de Oviedo, que ejerció de presentador, y Emilio Marcos Vallaure, antiguo director del Museo de Bellas Artes de Asturias y exconsejero de Cultura. Ambos coincidieron en subrayar su sorpresa y "perplejidad" ante el hecho de que en todo este tiempo ni la Academia de la Historia, ni la Universidad de Oviedo, ni el Gobierno del Principado, ni el RIDEA decidieran publicar este Diccionario.

Como sucede cuando se trata de nuestra cultura tradicional, el acto volvió a poner en evidencia el distanciamiento entre la ilustración asturiana y el poder político e institucional. Ninguno de nuestros representantes -hablo de todo el abanico ideológico- sintió la curiosidad de acercarse a las Pelayas, con la única excepción de Jaime Izquierdo, el nuevo responsable del reto demográfico. Algo ya habitual, desgraciadamente. Este verano se cumplieron doscientos años del nacimiento de Ciriaco Miguel Vigil, el autor de "Asturias monumental, epigráfica y diplomática", sin que su tierra le recordara.

La recuperación del Diccionario de Martínez Marina ha coincidido en el tiempo con la inauguración, en Madrid, de la nueva sede de la Fundación Masaveu. La poderosa y rica familia asturiana -al contrario de lo que sucede con la gran burguesía de las regiones vecinas- ha optado por alejarse paulatinamente de su tierra. ¿Recuerdan cuando Pedro Masaveu Peterson buscaba palacio en Asturias, con ayuda del entonces presidente Pedro de Silva, para que acogiera su colección? En Madrid, Asturias estuvo representada al más alto nivel. Y es comprensible.

Pero ¿por qué ningunean la historia y a las grandes personalidades de Asturias?

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