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Crisis del coronavirus

La pandemia se come todo el futuro de los bares de pueblo

Los propietarios de cuatro locales hosteleros de la zona rural que viven del turismo narran el golpe por el cierre forzoso: "Nos sentimos desamparados y abocados a una ruina total si esto no cambia"

Juan Ramón Coto y Lilián Vázquez, en la terraza desmantelada de su restaurante de Rodiles, con la ría de Villaviciosa al fondo. Miki López

Muy pocos son los coches que, a diario, atraviesan Carreña desde que empezó el confinamiento. Allí, asomado a la carretera y entre otros establecimientos hosteleros, está el bar restaurante Los Montañeros, un local que hace cuatro años reabrió de la mano de Francisco José Aguilar Roldán y su mujer, Charo Rodríguez, llegados de Madrid para echar raíces en tierras cabraliegas junto a sus dos hijos. Se han integrado plenamente con los vecinos de un pueblo al que hoy reconocen como el suyo, algo que alivia al menos en parte la dureza de la situación por la que atraviesan. Sienten de cerca la asfixia del coronavirus. No la del virus, sino la del cierre forzoso.

Tal es así que, hasta hace unos días, el propio Paco lanzaba una triste confesión: "Con el bar cerrado, sin generar dinero y sin ninguna ayuda por parte del Estado, nos encontramos en una situación crítica. Con dos hijos de 21 y 17 años, los cuatro en el paro y sin poder optar a nada. Nos sentimos desamparados y abocados a una ruina total si esto no cambia, ya que lo poco que nos queda lo tenemos para comer". Su caso es el de otros tantos locales hosteleros que, como el propio Paco explica, "viven al día". Es decir, "caja que haces, caja que empleas en el local para seguir con él. Cuando dejas de tener ingresos cuesta mucho trabajo mantenerse", explica.

Sabedores de su situación, los vecinos acudieron en su ayuda. "Todo el mundo te llama. Te preguntan qué necesitas. Nos sentimos queridos en Carreña y estamos muy agradecidos a toda la gente que nos echa una mano. Un amigo pidió un crédito cuando se enteró de lo que nos pasaba y nos envió el dinero. Y, hace pocos días, el propio Alcalde se puso en contacto con nosotros para que habláramos con la asistencia social, pues van a salir unas ayudas para personas que están en nuestra situación y nos sugirió que presentáramos los papeles, algo que ya hemos hecho", cuenta el hostelero, un poco más calmado dado que, además, le acaba de salir un trabajo como encofrador en Llanes. "Me tengo que buscar las habichuelas por otro lado", matiza.

Al menos, han aprovechado estos días para realizar algún arreglillo. "Pinté la parte de arriba, la zona del chigre, el techo. Y si sigue cerrado nos pondremos con la cocina para prepararla para lo que venga. Yo el verano lo doy por perdido, incluso hay gente que dice que no piensa abrir. Nuestro planteamiento es que, cuando toque, abriremos. Aunque no sé cómo lo vamos a hacer", recalca.

Pena y preocupación por lo que está pasando es lo que siente Enedina García Fernández, al frente de un establecimiento señero en Quirós: Casa Generosa, en Pedroveya. Allí suelen parar a reponer fuerzas muchos de los que completan la ruta del desfiladero de Las Xanas, que debería estar muy concurrida, pero ahora está desierta. Y el local, con mucha historia y que bullía de actividad sobre todo los fines de semana, permanece ahora sumido en el silencio del confinamiento.

Abrieron en 1951. Cuando tras la barra de aquel chigrín estaba su madre, Generosa, sirviendo vino y poco más mientras los paisanos echaban la partida. Nunca hasta hoy estuvo cerrado tanto tiempo. Enedina está muy agradecida a toda la clientela que la ha llamado preguntando por su salud y por la familia. "Nosotros no nos podemos quejar, estamos bien, pero a veces te cuesta mirar pal televisor porque esto ye una angustia tremenda, fía", dice la hostelera, pilar fundamental de este local que ahora lleva uno de sus dos hijos. Recalca que "cuesta mirar p'afuera. Acostumbrados a estar por aquí con tanta gente que viene de tantos lugares diferentes, y ahora no hay nadie. Me da mucha pena. Yo veo con mucha angustia el futuro del bar, y mis hijos están igual", agrega.

Sin embargo, su carácter batallador sale pronto a la luz: "Me gustaría dar ánimos a todos los clientes y que piensen que un día volveremos a vernos. Habrá que seguir tirando y luchar por la vida. El mundo no se acabará. La vida tien que seguir, tenemos que creer en ello".

Juan Ramón Coto y Lilián Vázquez, al frente del bar restaurante La Ensenada, en Rodiles, tienen una terraza con unas vistas impresionantes de la ría de Villaviciosa, ahora totalmente desmantelada. Cuando todo estalló actuaron con rapidez, recuerda Juan Ramón, y "antes de que empezara lo de los ERTE, hicimos el cese de actividad; por eso contamos ambos, que somos autónomos, con ayudas". Así, explica, "logramos pagar la renta del bar cerrado, la luz, la comunidad de casa y la comida". Pero no por ello deja de mostrar su preocupación por el sector: "El que no tenga unas perrinas ahorradas va a pasarlo mal. Yo creo que, tal como están yendo las cosas, el año vamos a tener que darlo por perdido. Va a haber gente del sector que lo va a pasar fatal, si no lo está pasando ya". En cuanto a la llegada de la clientela, también se muestra cauteloso. "Aunque se levante el confinamiento me imagino que no va haber aglomeraciones, habrá que reducir el número de mesas y además está el tema de la crisis económica y el miedo a reunirse en locales cerrados o en terrazas", matiza.

Las hermanas Mar y Patricia Pérez López regentan el hotel-restaurante La Vieja Casa del Sastre, en Soto de Luiña (Cudillero), además de contar también con un hostal para peregrinos. Reconocen que la cosa está complicada para quienes, como ellas, el trabajo fuerte es muy estacional. "Estamos perdiendo de vender mucho. Vivimos de lo que tenemos ahorrado y ahora estamos negociando un crédito para sufragar los gastos, porque estos negocios tienen unos costes mensuales muy grandes. Aunque el Estado haya dicho que hay que ayudar a los autónomos, la realidad es muy diferente. De entrada, nosotras tenemos que seguir pagando igual y tampoco podemos optar a ayudas del Principado porque somos autónomas pero tenemos creada una sociedad civil", lamenta Patricia Pérez.

Habían hecho diferentes obras de reforma en el hostal, que ya rozaba el completo. "Y ahora todo son cancelaciones, salvo alguno que está cambiando sus reservas para el año que viene", aseguran. A pesar de ello, ambas hermanas trabajan cada día para cuando llegue el momento de la reapertura. "Hay que tener la mente ocupada, pensar que esto va a pasar en cualquier momento y que vamos a salir de ello. No sabemos si esta temporada está perdida, pero hay que seguir luchando. Hay días en que estás arriba, y otros abajo, pero no podemos caer en el pánico ni bloquearnos. Nosotras no paramos, ya estamos tomando las medidas de separación entre las mesas, hemos mejorado mucho nuestra página web y ahí seguimos cultivando la huerta para volver a servir a nuestros clientes nuestra ensalada caprese. Estamos trabajando para que cuando nuestros clientes lleguen vean que no hemos estado de brazos cruzados y para poder abrir con la seguridad que hay que tener", añade Mar Pérez. Nunca llovió que no escampara.

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