El arte de mejorar el mundo

Un profesor que irradiaba entusiasmo e ilusión por su trabajo

He recibido con profunda pena la noticia del fallecimiento de Agustín Costa. Lo conocía solo profesionalmente hasta hace cinco años, cuando una tarde vino a verme al despacho de la Facultad y me explicó que quería presentarse como candidato a rector de la Universidad en las elecciones del año 2016. Me pidió que me uniera a su equipo como posible vicerrector de Investigación. Mi respuesta fue negativa, pero tuvimos varias conversaciones más y Agustín consiguió vencer mi aversión a entrar en el juego de la política universitaria (o de cualquier tipo de política). Me di cuenta de que estaba conversando con una persona que realmente quería contribuir a mejorar la Universidad de Oviedo desde su experiencia, que estaba decidida a apoyar todas las buenas ideas, aunque no fueran suyas, y que, sobre todo, era una persona con una ilusión por la Universidad y un optimismo desbordantes.

Desde entonces, trabamos una amistad que ha persistido y aumentado estos años. Agustín era una persona que valía mucho. Lo más importante de todo para mí es que era una gran persona. Pero, además, fue un profesor lleno de entusiasmo e ilusión por su trabajo. Agustín siguió dando sus clases e investigando hasta el final.

El papel de una Universidad moderna es no solo el de crear y difundir conocimiento, sino también el de renovar el tejido industrial de su entorno creando o promoviendo empresas de tecnología rompedora. Agustín fue quizás el profesor de la Universidad de Oviedo que más ha contribuido a crear riqueza en esta comunidad, ya que ha fundado con éxito varias empresas de este tipo que nosotros llamamos spin-offs.

Algunas personas dejan un mundo mejor al acabar su periplo. Agustín, en mi opinión, fue una de ellas.

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