Ayer era enterrado el cura párroco de Mohías, José García, una persona incapaz de decir una palabra inoportuna a nadie. Tal era su discreción, su timidez, bondad y educación que resulta imposible decir sobre él una palabra que no sea elogiosa en grado superlativo. Dispuesto siempre al trabajo desinteresado en favor de todos, don José fue un ejemplo a seguir, incluso para sus hermanos en el sacerdocio. Él, que ayudó a morir a muchos y a consolarles desde su puesto de capellán en el Hospital de Jarrio, es de suponer que se viese recompensado en esos momentos dramáticos del ser humano. Eso me lleva a pensar que se multiplica en mucho el número de sacerdotes que muere en relación a las nuevas incorporaciones al sacerdocio, hasta el extremo que los curas han de multiplicarse, cuando pueden, que no es siempre, para atender su misión. Villayón ya ha tenido que recurrir a un sacerdote venido de Perú y se espera que el ejemplo cunda.