Navia

Nadie se imagina hoy una vida sin puentes, sin luz, sin agua potable. Pero no hace falta dar mucha marcha atrás en el tiempo para conocer la realidad de quienes tuvieron que salir adelante sin todas estas comodidades.

Hubo un tiempo en el que el río era algo más que un cauce de agua donde pescar o de donde sacar energía eléctrica, una frontera natural que no se dejaba ni dominar ni superar. Los puentes llegaron tarde, pero llegaron y ayudaron a los pueblos a encontrarse. De estos pasos nacieron tratos entre comerciantes de ganado, conversaciones, amistades y amores. Los puentes unieron mucho más que dos orillas y ayudaron a muchos a superar el vértigo cerrando los ojos al vaivén del balancín del paso de madera sobre las aguas. Hoy queda poco de aquellos primeros caminos de madera sostenidos por dos cables que le afincaban a la tierra, pero quienes les vieron construirse saben que aquellos puentes cambiaron sus vidas e hicieron cortos los caminos.

El río Navia fue hasta el siglo pasado una de esas fronteras que obligó a los pueblos a vivir separados cuando en el mapa sus casas no distaban más que algunos metros. El concejo de Boal fue uno de los municipios que tuvo que empeñarse en fabricar una conexión que permitiese que los pueblos «del río pa alló» hiciesen comunidad con los del «río pa acó». Hasta el año 1925 los vecinos de Castrillón, Sampol o Lendiglesia se veían obligados a cruzar en barca el río Navia para poder acudir a la capital del concejo boalés, al médico, a comprar o ha disfrutar de una verbena. Cansados de reclamar una conexión con la otra orilla, finalmente, los oriundos de la zona aceptaron la propuesta de la Administración que puso los materiales pero no la mano de obra. Fueron los vecinos quienes dotaron al río de su primera conexión que se levantó a la altura de Samagüeiro entre Merou y Castrillón y del que hoy sólo quedan dos rieles que cruzan el río, de los que penden algunas tablas podridas de madera. En el año 1943, con la mejora de las carreteras de la zona, los vecinos reclamaron un puente que permitiese el paso de vehículos, ya que el colgante apenas permitía el tránsito de bueyes y carros y resultaba peligroso cruzar con carga. «Teníamos que taparles los ojos a los animales para que se atreviesen a cruzar el puente, tenemos pasado mucho miedo», relata una vecina de la zona. Los vecinos se unieron para hacer fuerza y presionaron a la Administración que en año 1947 aprobó el presupuesto para hacer la nueva infraestructura, una partida tan baja que el concurso quedó desierto. Ante el temor de que el proyecto no llegase a ejecutarse nuevamente los vecinos se implicaron en la obra. Un contratista de León se ofreció a hacer el puente con la condición de que los vecinos hiciesen mil quinientos jornales gratis, Castrillón, Sampol y Lendiglesia aceptaron, ante el temor de que la obra no se llegase a hacer. El puente, que hoy sigue en pie, costó un total de mil novecientas noventa y una pesetas y supuso un antes y un después para un concejo que históricamente había vivido separado y que todavía hoy no ha conseguido que sus vecinos hayan logrado superar la barrera mental de los de uno y otro lado del río.

Aguas arriba, en el concejo de Illano, el puente colgante de Llanteiro, se mantiene recio. Este paso fue construido por Viesgo entre los años 1927 y 1935. Con la construcción de la presa de Doiras la compañía hidroeléctrica tuvo que comprometerse a mantener las conexiones de los pueblos que ya contaban con un paso sobre el río. En el año 1953 el puente fue ampliado ya que, al levantarse otra presa en Silvón, el río ganó en anchura y la infraestructura inicial se quedó pequeña.Nunca dos rieles supusieron tanto para los pueblos. Las tablas que ahora se afanan en mantenerse ancladas a los cables oxidados son el recuerdo de los hervideros de cuchicheos que pasaron sobre ellas, de los miedos de los que nunca se atrevieron a cruzarlo sin cerrar los ojos, de los trabajaron para levantarlo y de los que, gracias a él, encontraron el amor, al otro lado.