Coaña

Entre los años 1948 y 1953, en una época marcada por el final de la Guerra Mundial en la que España arrastraba los embargos de las potencias vencedoras en la contienda, comienza a construirse en el alto Navia la que por aquel entonces era la presa más importante de España y la segunda de Europa: la de Grandas de Salime. Para levantar la enorme mole de hormigón que cortaba de cuajo el descenso de las aguas en busca de producción eléctrica fue necesario construir un medio de transporte capaz de elevar los materiales los 562 metros de altitud que separan las localidades de Navia y Grandas de Salime.

Un funicular de 36 kilómetros en línea recta que elevó a un ritmo de 35 toneladas por hora todos los materiales necesarios para levantar el salto de Salime y que liberó del peso las espaldas de trabajadores venidos de todas las regiones de España que participaron en el proyecto, más de tres mil quinientos.

Pero no sólo el teleférico fue necesario para acometer esta obra. Se construyeron túneles para desviar el río, carreteras y viales alternativos, y se levantaron poblaciones en las que los operarios vivieron durante los cinco años que duraron las obras. Un ejemplo es el pueblo de A Paicega, un enclave que se asienta sobre una loma estratégica que permite una visión privilegiada de la obra del salto y que fue lugar de residencia de trabajadores e ingenieros. Otra de las localidades que nació y murió con la obra del salto fue Vista Alegre, cuyas casas aún se aprecian colgadas en la ladera del río. Inglaterra tuvo que enviar a España las turbinas y generadores eléctricos en una operación secreta en un acto de rebeldía, desobedeciendo el embargo decretado al régimen de Franco por las Naciones Unidas. A pesar de todas las trabas, el proyecto salió adelante.

El teleférico se levantó, pues, para acometer la obra. La estructura partía desde el puerto de Navia, adonde llegaban los materiales en barco, y desde este punto ascendía en línea recta hasta Salime. A veintidós kilómetros, en la localidad de Cedemonio, en el concejo de Illano, el funicular contaba con una estación donde se cargaban y descargaban camiones. El teleférico transportaba principalmente clinker, necesario para la elaboración de cemento Portland, y estuvo en funcionamiento hasta que se terminó la obra.

Fueron años de trabajo a destajo en los que el río Navia pasó de ser salmonero a convertirse en productor de electricidad. Cuentan quienes han trabajado en esta obra que en aquellos años había tantos salmones en el Navia que tuvieron que pedir «por favor» que no les sirviesen más pescado de este tipo. «Era todos los días el mismo menú», relata Suso Pérez, uno de los trabajadores que levantaron el salto. Los concejos del alto Navia -Grandas de Salime y Pesoz- tuvieron por aquellos años sus censos más altos gracias a las familias que se establecieron en la comarca, que llegaban principalmente de Andalucía y de otros concejos de Asturias.

Una vez terminada la obra, que se inauguró en el año 1954, el teleférico pasó al olvido y hoy sólo quedan de él los dispositivos de anclaje que lo sostenían, que se reparten por las diferentes localidades del valle desde Coaña hasta Salime.

En los últimos años los empresarios turísticos de la cuenca, así como los alcaldes de la comarca, han manifestado su idea de recuperar esta instalación como infraestructura turística. Sin embargo, la idea de los regidores y empresarios se ha encontrado de frente con la oposición del Gobierno regional, que ve inviable este proyecto tanto por su coste económico como por su peligrosidad.

Quienes trabajaron levantando la que fue la presa más grande de España recuerdan con cierta sensación agridulce aquellos años, fue una obra que dejó muchas heridas abiertas, a razón de cada uno de los trabajadores que fallecieron en ella, se calcula que más de cien. Hoy, el ver en pie los últimos hierros de aquel funicular que fue la base de la obra vuelve a remover la memoria y hay quienes apuestan por recuperarlo y quienes prefieren que se quede como está.

Sin embargo, el valle del Navia no puede dejar de lado la historia que le vincula a un río y las tres presas que se han levantado sobre él: Arbón, Doiras y Grandas de Salime. Una realidad que ha modificado, para bien o para mal, las condiciones naturales del río, que ha engullido poblaciones que se levantaban en la ribera, que ha terminado con los salmones pero que, a su vez, ha abierto la veda a la producción eléctrica y que ha dotado a la ribera de un nombre muy particular: la ruta del kilovatio.