Vegadeo

Cuando Marcelino Méndez se bajó de aquel tren en suelo suizo y en medio de una impresionante nevada, el único pensamiento que pasó por su cabeza fue el de regresar a casa. Corría el año 1963 y si no tomó el tren de vuelta fue porque había gastado todo el dinero y lo que llevaba encima no alcanzaba para el trayecto. Estaba atrapado en una estación de tren, en un frío y triste día de invierno, sin conocer el idioma y con la única compañía de una botella de coñac. Así comenzó el periplo de este veigueño en el corazón de Europa.

Aquella malísima primera impresión cambió cuando entabló conversación con una suiza, veraneante asidua en España. «Recuerdo que venía de misa, era de noche, me vio allí y me preguntó qué estaba buscando». Méndez aún no sabe por qué se interesó por él, pero sí que aquella mujer se convirtió desde aquel mismo instante en su ángel de la guarda. Lo llevó a su casa, donde vivía con su marido e hijo, y le dio empleo en la empresa de construcción de éste último.

Marcelino nació en Vegadeo un 31 de diciembre de 1941, hijo y nieto de zapatero descartó seguir con un oficio que nunca le llamó demasiado la atención. Así que, tras prestar el servicio militar en Melilla y con 22 años recién cumplidos, se marchó a Madrid a ganarse la vida. Allí trabajó durante siete meses de empleado en una farmacia hasta que un amigo le convenció para emigrar a Suiza donde, le dijo, «hay trabajo».

Ya en Suiza su improvisada casera le convenció para estudiar alemán (estaba en la zona de influencia alemana) de cara a progresar y poder encontrar un trabajo mejor. «Me dijo que si no iba a la escuela sería un desgraciado y fui tres años seguidos. Me sirvió para aprender a leer y escribir el idioma». Y no fue el único idioma que conoció, ya que también domina el italiano y se llegó a defender en yugoslavo.

Los primeros nueve meses los pasó en la construcción de viviendas. «Vamos, trabajaba de peón de obra y pasando un frío tremendo», precisa. Más tarde tuvo la oportunidad de incorporarse a una empresa de construcción de casas prefabricadas en la que mejoró su posición y condiciones de trabajo. Estuvo casi dieciséis años en esta firma, construyendo viviendas para toda Centroeuropa. «Se vendían para Austria, Bélgica? Las hacíamos e íbamos a montarlas al lugar del encargo», explica. Era una empresa de 81 trabajadores. «80 suizos y un extranjero que era yo», bromea.

Durante estos años Marcelino se dedicó a vivir bien, a ahorrar poco y gastarse su sueldo en viajes. «Me recorrí toda Europa, menos Rusia».

La suerte de este veigueño fue a mejor y tras prepararse para la prueba aprobó una oposición como funcionario -aunque precisa que no existe este concepto en Suiza- en el gobierno suizo. Su figura era algo así como un asesor de la oficina de inmigración. Durante años se ocupó de ayudar a todo cuanto inmigrante europeo entraba en suiza. «Sobre todo, españoles porque dominaba el idioma, pero también yugoslavos e italianos», indica. Les ayudaba en cuestiones básicas como encontrar trabajo, ofrecerles formación, sellarles el paro e incluso en las relaciones con las autoridades para sacarles de algún que otro lío: «A alguno fui a verle hasta a la cárcel».

Fueron años de mucho trabajo con dedicación plena -tenía cuatro meses de vacaciones para compensar-, pero también muy gratificantes pues ayudó de manera vital a muchos extranjeros. «A veces me llamaban de madrugada de un hospital para hacer de traductor».

Explica que hacía un poco de todo, desde traducir a los médicos a defenderles frente a las autoridades. Hizo además muchos amigos, algunos aún le llaman hoy en día para interesarse por él y no perder el contacto.

En Suiza estuvo hasta diciembre del 89, casi treinta años. En esa fecha enfermó su padre y regresó a Vegadeo para echarle una mano a su hermana. Cosas de la vida nunca más regresó y se dedicó a tirar de sus ahorros hasta la jubilación. Y no es sólo que no volviera por trabajo, sino que nunca más pisó suelo suizo pese a que siempre dice que regresar es su tarea pendiente. Allí quedan amigos, también una novia con la que al final no formalizó la relación y también muchos recuerdos. Ahora en Vegadeo se dedica a eso precisamente, a recopilar recuerdos. Investigador aficionado, rebusca en archivos públicos y privados para hallar documentos antiguos y recopilar historias, sobre todo de las familias del concejo.