Suroccidente
Ca'Pacita, un chigre con solera
El salense Antonio Arias reabre el negocio familiar, con 80 años de historia, convertido ahora en parada de obreros y peregrinos

Obreros en el Ca'Pacita, en el descanso del mediodía. / lorena valdés
Doriga (Salas),
Lorena VALDÉS

Ca'Pacita, un chigre con solera
«¡Mañana podéis comer una tortillina de chorizo o fabada con un poco de pitu detrás, lo que os apetezca!». Los obreros del tramo de la autovía entre Grado y Salas se sienten como en casa en el chigre Ca' Pacita de Doriga, que reabrió sus puertas la pasada Semana Santa. Al frente del establecimiento está Antonio Arias, quien, cansado de la ciudad, decidió regresar a su pueblo para ocuparse del negocio familiar y seguir así los pasos de su adorada abuela Pacita. El local es también parada obligada para muchos peregrinos.
El reloj está a punto de marcar la una de la tarde y de la cocina del chigre Ca'Pacita sale un inconfundible olor a pote que hace sonar el estómago de más de un cliente. En la barra se dan cita los obreros del enlace del tramo Grado-Doriga con el corredor del Narcea y dos peregrinos del Camino de Santiago. Todos parecen agotados y con ganas de reponer fuerzas. En el chigre no hay carta, pero no hace falta: el propietario, como buen anfitrión, ofrece lo mejor de su cocina. «¿De qué quieres el bocadillo, de chorizo casero, de lomo, de filete de ternera...? mira a ver de qué tienes ganas», pregunta a un trabajador el hostelero. En pocos minutos, Antonio Arias aparece con un bocadillo de más de media barra de pan, mientras pone una tapa de chorizo a otro grupo. Nadie se va con hambre.
«Se les cae la baba con la cocina casera», presume el hostelero. Con respecto a las expectativas del negocio, el salense se muestra muy optimista. «Estamos muy animados, esto parece la calle Uría con tanto tráfico de vehículos», bromea.
A Antonio Arias el final de la obra del tramo Grado-Doriga no le preocupa demasiado, aunque ello suponga que la caja mengüe. «Los vecinos estaremos más a gusto, más tranquilos y recuperaremos la esencia del pueblo», afirma.
Su chigre sí que no ha perdido la esencia. Las paredes están llenas de fotos en blanco y negro, como los retratos de su abuela Pacita y su abuelo Sandalio, y los de sus padres, Xuan y Carmen. Además, el chigre, como un pequeño museo etnográfico, conserva piezas antiguas tan interesantes como un medidor de aceite, una báscula, botellas, una máquina de embutir y una caja fuerte. Los clientes de todos los días, los del café, el pincho o el vino, ya ni se fijan; los nuevos no pueden dejar de mirar para ellas.
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