La Caridad (El Franco)

Aurora Fernández cuenta orgullosa la anécdota que le relataron las chavalas del pueblo hace ahora muchos años. Y es que, en uno de los multitudinarios bailes que se sucedían en el salón Casa Alfonso, en La Caridad, la mayor parte de las faldas de las jóvenes bailarinas habían salido del taller de Aurora. «Se empezaron a llevar las faldas con mucho vuelo y cinturita muy apretada. Hice una negra muy acampanada que gustó muchísimo y a partir de ahí no pararon de llegarme encargos». Así que, en cierto modo, Aurora puso de moda la falda acampanada en la capital franquina: «En realidad, casi sí», dice luciendo su espléndida sonrisa.

A Aurora lo de coser se le dio bien desde el principio. Aprendió con una prima de su madre que era modista y que le fue enseñando «a hacer de todo» y con catorce años empezó a trabajar como «costureira». Esta franquina nació el 18 de enero de 1925 en Porcía, aunque la mayor parte de su juventud la pasó en casa de sus abuelos, en San Juan de Prendonés, donde fue a la escuela y donde aprendió a dominar el mundo de la costura. Bromea también sobre sus años de escuela, ya que le tocó una maestra muy mayor que les enseñaba una y otra vez la misma lección: «Sabíamos dónde estaba Oceanía, pero no dónde nacía el Miño».

Su primer trabajo de costureira fue «cosiendo delantales y uniformes para las muchachas del servicio en Casa Pastur», explica. Y es que en los primeros años no sólo atendía encargos desde casa, sino que se desplazaba a las viviendas más pudientes -donde solía haber una máquina de coser- para atender diferentes peticiones. Fue precisamente la señora de la Casa Pastur la que le dio uno de los mejores consejos que recuerda: «Me decía que nunca dijera que no sabía hacer algo, que cortase la tela amplia porque así siempre tendría arreglo».

Aurora dejó entonces la casa de sus abuelos para regresar a la que sus padres tenían en El Franco. Allí se dedicó por completo a la costura. Hacía desde vestidos de novia a calzoncillos: «Había una casa en la que me encargaban un montón, los hacía tomando la medida por uno de muestra que me daban. Claro, antes los calzoncillos duraban para dos o tres años, no es como ahora». Los pantalones nunca fueron su fuerte, por eso sus clientas eran sobre todo mujeres. No obstante, precisa, sí que recuerda haber cosido un traje a un vecino de Piantón.

Blusas, abrigos, chaquetas, vestidos enteros, faldas de todo tipo? salían de su taller de costura con destino a cualquier parte del concejo. Tampoco es que las estrechas economías permitieran demasiado lujos en el vestir, pero siempre que se podía las familias encargaban alguna pieza. Las fiestas por ejemplo, eran el momento estrella.

Cuando se casó y mudó a Viavélez estableció allí su pequeño taller, en el que también impartió clases a muchas jóvenes. Las introdujo a la costura como había hecho décadas atrás con ella la prima de su madre. Aunque se fijaba un pago, la mitad de las veces Aurora lo obviaba consciente de las necesidades de cada familia. Más bien el pago era en especies: «Me traían leche o huevos, cosas que necesitaba para la casa y me venían bien».

Y cosiendo pasaron sus horas y sus días. Hoy sigue haciendo pequeñas labores, aunque ha dejado el oficio. Pese a todo, es una de las costureiras más veteranas del concejo y así se lo reconoció el Ayuntamiento en el marco de los actos del Día de la Mujer trabajadora del pasado 8 de marzo.