Desde la primera vez, y hace cosa de veinte años, asisto a la procesión del Corpus castropolense. Y cada año me sorprende más el alfombrado floral de sus calles en las que no queda un sólo espacio por decorar. El recorrido íntegro de la procesión está profusamente decorado con una perfección propia de especialistas. No me extraña en absoluto que hayan venido a Castropol numerosos vecinos de otras villas de Asturias para aprender a confeccionar alfombras ni me sorprende tampoco que los vecinos de Castropol hayan logrado en Italia un papel tan importante que les confirmó como verdaderos artesanos. Y lo más importante es que se trata de un trabajo colectivo en el que participan durante tiempo con vocación de pueblo unido y que antepone su unidad a cualquier otra cosa. Y el domingo ha vuelto a demostrarlo. Bastó con ver sus calles repletas de olores, de colores y de arte. Y el aplauso enorme de cientos de personas que acudieron a sus calles.