Aunque nevase, lloviese o cayesen relámpagos envenenados, semanas antes de las Navidades los «guilandeiros» de Ardesaldo, La Borra, Ballouria, Las Gallinas y Villarmor salían, cada domingo y fiestas de guardar, convenientemente disfrazados -todo lo que permitían las leyes de entonces- con sus caballos engalanados a pedir el aguinaldo por los pueblos de las parroquias de Mallecina y Malleza. Formaban una comitiva con mucho ruido porque las reatas iban luciendo sus collares de esquilas y los cencerros eran agitados por los «guilandeiros», que perseguían a los niños con un palo en cuyo extremo habían amarrado la «pillica» -vejiga- de un cerdo ya bien curada y seca, pero que hacía estragos entre la gente joven, que ponía tierra por medio a la velocidad del viento huracanado.

Aquellos «guilandeiros» eran, por supuesto, totalmente inofensivos. Se trataba de poner una nota de humor entre el vecindario. Se paraban delante de las caserías y muy educadamente pedían el aguinaldo, que podía ser en dinero o en especie. Nunca protestaban porque la dádiva fuese modesta, que no estaban los tiempos, hace cincuenta años, para buenos aguinaldos. El desfile, entre folclórico y humorístico, de los «guilandeiros» rompía la monotonía invernal de la aldea, donde nunca pasaba nada, y como no habían llegado los utilitarios a debajo de los hórreos, la gente joven estaba por la casería ya que tampoco se habían inventado las discotecas en las villas más cercanas.

En la noche de este sábado, en el pueblo de La Arquera de Salas se va a representar, en la fiesta del socio de la Asociación de Vecinos «Los Picos», que agrupa al vecindario de una veintena de pueblos de las parroquias de Malleza y Mallecina, un entremés teatral que bajo el título de «Sabel y los guilandeiros» tratará de ilustrar un poco sobre aquella vieja costumbre de salir por las aldeas a pedir el aguinaldo. Es un texto en clave de humor en el que un ama de casa, bastante roñosa, hace frente a los «guilandeiros» no dejándose intimidar por sus presiones y los despacha con viento fresco. Escenas de antaño que vuelven para que el personal disfrute y se olvide, al menos por una noche, de la crisis, que buena falta hace.