Luarca (Valdés),

Ana M. SERRANO

Tardará tiempo en olvidar aquellas 72.000 pesetas que pagó por el primer calamar gigante que se conservó en Asturias. Ocurrió en Avilés en 1999. El gerente de la Coordinadora para el Estudio de las Especies Marinas (Cepesma), Luis Laria, regresaba de un viaje de ocio, recién llegado al aeropuerto de Madrid, y no lo pensó: se dirigió a la pescadería avilesina que tenía reservado el peculiar ejemplar para un grupo de clientes. «Recuerdo insistir al dependiente con la idea de que era tóxico y que era una locura comerlo», explica. Entonces, empezó la historia mediática de una coordinadora que se ha hecho hueco a nivel nacional, que hoy tiene prestigio mundial por ser propietaria de la colección de calamares gigantes conservados más grande del mundo y que en su día fue una de las catorce únicas asociaciones conservacionistas marinas en España.

En 1997, cuando nació Cepesma, había 800 colectivos que luchaban por proteger la fauna y flora terrestre, pero tan solo cuatro que hacían lo mismo por el mundo animal. Los calamares gigantes empezaron a aparecer en las costas asturianas por la práctica de las artes de arrastre, tan extendidas en el mundo de la pesca. Las redes atrapaban calamares gigantes que eran tratados «como basura». «Tal vez nos cansamos de esa idea, de ver que eran tratados de esa forma», explica Laria. Desde aquel 1999 el trabajo de Cepesma no ha cesado. Hoy en día la coordinadora expone nueve calamares gigantes perfectamente conservados en el malogrado museo del Calamar Gigante de Luarca, cerrado temporalmente tras el paso de la borrasca «Becky», que destrozó la planta baja y afectó a la estructura del edificio. Hasta llegar a este museo, la colección de calamares gigantes ha recorrido por tantas dependencias, todas ellas sin suerte, que su futuro parece maldito.

Desde 1999 han sido cuatro las salas de los calamares gigantes. La exposición que Cepesma mantiene hoy intacta se gestó en el colegio Padre Galo de Luarca a finales de la década de los noventa. En aquella época eran los escolares de este centro educativo los que cada día recordaban la vida marina. Primero, la colección ocupó un aula, después dos y al final llegó a los pasillos del centro escolar. «Entonces se pensó en la necesidad de crecer, de poder mostrar el público en general este contenido que Cepesma había recabado para mostrar el mundo marino y en especial los grandes cefalópodos», recuerda Laria. En 2001, el Ayuntamiento de Valdés deja en manos de la coordinadora parte de las instalaciones del antiguo albergue de Villar, hoy derribado. Nacía el Aula del Calamar. En estas dependencias fue donde la colección empezó a crecer y a tener proyección mediática nacional.

A la colección de calamares y distintas especies marinas se unió una sala dedicada a las ballenas y las tradiciones que rodeaban su captura en el Occidente. Cepesma sentía entonces que había logrado parte de su objetivo: que la sociedad se concienciara sobre la importancia de conservar el mundo marino. Pero dos años después llegó el derribo de las instalaciones, algo programado por el Gobierno regional y que dejó a Cepesma sin casa. Tras una época sin ubicación, finalmente la colección recaló en las unas instalaciones antiguas de Feve. Fue en 2007.

«En esa época empezamos a ver los problemas», comenta Laria. Las continuas quejas de los visitantes, que pagaban una entrada por ver una colección en una sala llena de humedades, provocó el enfado de las personas cercanas a Cepesma. El Ayuntamiento de Valdés había pensado en reubicar la colección en unas instalaciones dignas. 2009 fue la fecha prevista para el estreno del ansiado museo, una sala en la que Cepesma podría exponer de forma permanente los grandes calamares, los que mejor estado de conservación presentan de los 62 que rescató.

Los retrasos llegaron hasta 2010. El pasado agosto, Cepesma abrió sus puertas a unas instalaciones esperadas a nivel nacional y mundial, «pero la ilusión duró meses». La coordinadora se vio sorprendida por la fuerza de la última gran marejada de noviembre, que se llevó por delante la planta baja y parte de la infraestructura del edificio. Mientras llegan las obras y se recupera el centro, Cepesma espera tiempos de mejor suerte. La historia de los Kraken de Luarca, esa que devolvió a los calamares gigantes que Julio Verne citaba en sus novelas a la imaginación de los niños, espera poder ser de nuevo vista por el público en Semana Santa. Suerte.