Castropol,

T. CASCUDO

Cada jueves, el reloj de la villa de Castropol recibe una visita. Es vital para su funcionamiento y su buena salud, ya que, sin ella, el mecanismo relojero dejaría de funcionar. El mejor amigo de este reloj es un empleado municipal que se ocupa de su mantenimiento y su cuidado y que prefiere permanecer en el anonimato. Y la suya no es una labor sencilla, ya que la maquinaria data de 1886; es decir que este año cumple la friolera de 125 años.

La fábrica de relojes Canseco vendió en 1886 la pieza a Castropol por importe de 1.350 pesetas, un precio moderado, ya que se sabe que sus relojes oscilaban entonces entre las 350 pesetas y las 11.000. Según el inventario de relojes de torre que Antonio Canseco elaboró en 1892, este era el único reloj que este prestigioso relojero había instalado hasta la fecha en Asturias.

Antonio Canseco y Escudero nació en tierras leonesas en 1838 y ejerció de relojero desde muy joven. Como curiosidad cabe decir que contaba con el llamado «Privilegio de Invención en España y Francia» o, lo que es lo mismo, una especie de patente que le permitía instalar los relojes que él mismo diseñaba. Además, en 1883 se publicó un Real Decreto autorizando a los ayuntamientos a adquirir relojes del sistema Canseco sin necesidad del procedimiento de subasta.

El reloj castropolense es más antiguo que el de Figueras -por cierto, todavía pendiente de la instalación final-; también fue más barato, ya que no fue necesario adquirir campanas, pues la iglesia contaba con ellas. En el caso del reloj figueirense -que se compró en 1925 a la fábrica de relojes Moisés Díaz- se pagaron 4.996 pesetas. La cuantía formaba parte de un donativo del benefactor local Domingo Gayol.

Volviendo al caso del reloj castropolense, cabe decir que es propiedad del Ayuntamiento de Castropol, aunque está instalado en la torre de la iglesia de la parroquia de Santiago. La torre del reloj -que se elevó un piso en 1932- tiene instalada una única esfera de 98 centímetros de diámetro. La vieja maquinaria estuvo atendida por un relojero hasta los años setenta y, después, pasó por diversas manos que lo cuidaron para evitar averías. La más grave, cuenta su guardián, fue hace doce años, cuando un rayo lo estropeó y desequilibró su mecanismo. En ese momento, la esfera original de vidrio quedó dañada y hubo que sustituirla por una réplica fabricada en metacrilato. A pesar del incidente, ahora funciona a la perfección y «está para otros 125 años», asegura su conservador.

Este se encarga cada jueves de girar dos manivelas: una, la de la máquina del reloj; la otra, la que garantiza que el reloj marque puntualmente la hora. Esta exige hasta 108 vueltas: «Es la que mueve el reloj, sin ella, pararía». El mimo de su protector permite que el relo dé puntualmente las horas y las medias horas, repitiendo, además, las horas un minuto y 40 segundos después.