Cangas del Narcea,

Pepe RODRÍGUEZ

Las fiestas de prao han sido, al menos durante el siglo XX, una seña de identidad y de orgullo para los habitantes de los pueblos del suroccidente. Por pequeña que fuese la localidad, ya tuviese cinco, seis o siete casas, el día del santo eran obligatorios la misa solemne, la sesión vermú y, por encima de cualquier otra cosa, la verbena, amenizada por cualquier acordeonista.

Como el resto de las características del mundo rural, también estas fiestas han ido desapareciendo poco a poco. El envejecimiento de la población, junto con la aparición de una cultura del ocio inexistente a mediados del siglo pasado, ha hecho que la mayoría de la juventud no se sienta implicada en la celebración de estas verbenas y, muchísimo menos, en su organización.

No obstante, el viejo orgullo de la fiesta del pueblo sigue vigente y no son pocos los que se niegan a dejar morir esta tradición, tan peculiar y tan definitoria de la personalidad de los vecinos. Lo que sucede es que, con los nuevos tiempos, ha quedado claro que la supervivencia de estas fiestas pasa por ofrecer atractivos más acordes a los tiempos. Los ejemplos abundan en el suroccidente y parece que tienden al alza, siguiendo los pasos de algunos pioneros que se jugaron mucho dinero y mucho trabajo para mantener las fiestas de su pueblo alejadas de la decadencia de alrededor.

Entre los primeros en hacer esta apuesta figuran tres amigos de los pueblos de Figueras y Tamallanes, en Allande. Juntos organizaron, en el año 2000, una carpa para poner música disco en la fiesta del Campo del Río. Diez años después se ha convertido en toda una macrofiesta que atrae a cerca de un millar de jóvenes y que requiere de camping. Nacho Álvarez, uno de los organizadores, cuenta: «nos apoyaron los dos pueblos, al completo; sin ellos no hubiésemos podido hacerlo. Entendimos que había que ofrecer algo que gustase a los jóvenes, porque aquí no quedaba nadie, y se nos ocurrió eso. Hay años mejores y otros peores, como en todo, pero es una fiesta ya muy establecida». La costumbre que no han perdido es la de hacer una «costillada» para todos los vecinos el día de la fiesta.

Otros que han dado un paso decidido al frente son los vecinos de Carballo, en Cangas del Narcea. Los jóvenes se reunieron en el año 2006 y acordaron dar un impulso a la fiesta para que no se hundiera. Desde entonces, han llevado a su verbena al grupo argentino «Ráfaga», a Gisela («Operación Triunfo»), a Rebeca y a «Ríos de Gloria». «Todo el que no lo intente está abocado a desaparecer, creo yo», sostiene Álvaro Fernández. «Hay años en los que no cubrimos gastos, pero los compensamos con los otros. En el pueblo están encantados, aunque siempre te dicen que no hacen falta tantos telares, que con menos ya valdría», añade.

Este fin de semana se celebra la fiesta de Oballo, un pequeño pueblo a las puertas del bosque de Muniellos. Contarán con la presencia de las bandas «Skama la rede», el viernes, y «Respinguín Folk», el sábado, en la que ya es su segunda edición del Festival Folk. Han contratado una carpa -para evitar riesgos con la meteorología-, tendrán juegos infantiles, una muestra de folklore por la tarde, antes de las grandes actuaciones, una parrillada para todos los que se acercen a la fiesta y una chocolatada para acabar la noche. Nada que ver con el clásico baile de siempre.

Los ejemplos de pueblos que se han salido del camino marcado empiezan a abundar: en Parajas han apostado por los espectáculos eróticos, en una aldea como Luberio han tocado «Los Berrones», en Posada de Rengos han creado un mercado medieval en el que tocó Jerónimo Granda, en numerosos pueblos se contratan atracciones hinchables para los más pequeños...

Todas estas cosas eran impensables hace poco más de un lustro y no cabe duda de que han revitalizado las fiestas de los pequeños pueblos del Suroccidente, de otro modo abocadas a desaparecer.