Chus NEIRA

A Carlos Suárez, un joven maestro de Educación Física nacido en Tineo y residente en Oviedo, le pasa un poco como a su amigo Pablo, en Berlín, que se enfada mucho cuando le preguntan cuánto hace que practica el parkour, porque insiste en que lleva toda la vida, desde que tiene memoria, haciendo eso que hacen los niños en el pueblo o los chavales en la ciudad: subirse a los árboles, saltar vallas, trepar al muro, brincar de piedra en piedra. Lo que sucede es que todo eso tiene ahora (aunque su origen se remonta a comienzos del siglo XX) un nombre de moda, «parkour» o «freerunning». Oviedo se ha convertido en ciudad pionera de esta disciplina gracias a Carlos Suárez y su asociación de Parkour y Freerunning de Asturias (PK Celta).

Por ahora dan clases extraescolares en el Colegio de Ventanielles, comenzarán, el 10 y el 24 de marzo, con talleres en los programas de ocio nocturno del Ayuntamiento y ya han puesto en marcha una publicación digital, parkour-spain.com, que pasa por ser la primera en castellano sobre este deporte.

Llevar el parkour a los colegios no ha sido fácil. Carlos Suárez explica que no es fácil explicar a las familias y a la comunidad educativa que vas a dar clase de algo nuevo que viene de la calle. Inmediatamente la gente piensa que el parkour es aprender a saltar para robar en casas, correr y hacer acrobacias para escapar de la Policía.

Parte de la culpa la tiene la película francesa «Yamakasi», de 2001, donde se presentaba a un grupo que practicaba este deporte y que robaba y huía de la Policía para conseguir dinero con el que ayudar a un amigo. Pero mucho antes de que el parkour volviera a las calles, el oficial de marina francés Georges Hébert ideó, contemplando a los indígenas de la colonia africana donde estaba destinado, el método natural de gimnasia. En síntesis, resumen Suárez, esta revolucionaria teoría de principios del XX consistía en proponer una serie de ejercicios vinculados a las actividades tradicionales que el hombre había dejado de practicar, como subirse a los árboles o correr para huir de los animales. Las acrobacias y rutinas que se aplicaron entonces sobre tablas de gimnasia se convirtieron en entrenamiento habitual en Francia de cuerpos especiales. Y así fue como David Belle recibió de su padre instrucción sobre este tipo de saltos. El chaval los repitió, sólo que utilizó los entornos urbanos (paredes, bancos, muros, ventanas) antes que el mobiliario del gimnasio, para practicarlos.

En la actualidad, detalla Suárez, el parkour y el freerunning no son exactamente lo mismo. La primera modalidad tiene que ver simplemente con hacer un recorrido de un sitio a otro jugando con los obstáculos que uno se encuentra. La segunda, más acrobática, es más competitiva y olvida los valores solidarios, de juego y de autoafirmación del individuo de la primera.

Sobre el terreno del gimnasio de Ventanielles se ve que Carlos Suárez trata de inculcar a los chavales la primera versión. Aquí se mezcla uno de 6 años, Illán Cuello Rodríguez, con dos de 13, Joel Pisa y Aarón Jiménez. Uno flaco, con otro gordito, alguno más acróbata con otro menos ágil. Y todos parecen pasarlo muy bien. Adán Jiménez, 10 años, explica que él lleva ya tiempo practicándolo en la calle con sus hermanos y un primo suyo, que fue «el que lo aprendió». Joel también llegó a estas clases después de practicar en la calle lo que había conocido a través de «los vídeos que hay en internet».

Los pequeños saltan por encima de un potro más pequeño, los grandes ayudan a los chicos a encaramarse a una colchoneta que hace las veces de muro. Colaboran. Y aunque en momentos de relajo sí que tratan de exhibirse y el que sabe hacer el mortal para atrás, o algo parecido, lo repite una y otra vez orgulloso, lo que prima es tranquilidad. Que el deporte les guste, y aquí han aprendido a saber impulsarse, caer o distinguir donde se puede o no se puede practicar, ayuda a que la disciplina del parkour cumpla con las exigencias integradoras de los deportes. No sólo les ayuda a ser más fuertes, más ágiles o más veloces. También los hace mejores porque aquí, a diferencia de meter o no un gol o una canasta, sólo se trata de pegar saltos. Cada uno, a su aire.