Hay quien argumenta que la desaparición de las circunscripciones electorales supondría una pérdida de cercanía de los políticos hacia una parte de sus electores y el desconocimiento de los problemas específicos de estos. Tanta hipocresía democrática me asombra. Las dos o tres veces al año que los pies de nuestros representantes hoyan estas tierras (día de Todos los Santos para visitar a los ancestros que no pudieron largarse a tiempo; fiestas patronales veraniegas para regocijarse con los amigos de juventud en los recuerdos de aquellos idealizados tiempos y, por supuesto, en periodo electoral cuando, serios y con gesto preocupado, hacen promesas de riquezas sin cuento) no parecen aclarar nada de nada, o al menos así lo demuestran las desastrosas políticas desarrolladas y la indiferencia ante el desmoronamiento de lo rural. Lo único que me anima a defender el sistema actual es que si el voto de las alas deja de tener mayor peso, no les veríamos el pelo aunque tuviéramos la mayor reserva de paquidermos del mundo mundial.