Hay muchas formas de caminar sobre las páginas de un libro: paladeando cada sílaba, anotando en los márgenes, planeando a vista de pájaro sobre las imágenes, reconstruyendo virtualmente la realidad que nos va contando el autor. El libro reciente de Guillermo Mañana («El Camín Real de La Mesa) nos permite éstas y otras gratas sensaciones a la vez. A lo largo de casi novecientas páginas entre el texto (dos tomos) y los mapas, tenemos la oportunidad de recorrer el camino antiguo que une Torrestío (vertiente leonesa) y Dolia (ya en Belmonte, limítrofe con Grao). Conocida es la afición y el dominio de los caminos asturianos por parte del autor, especialmente los que tienen función pastoril y ganadera, como ya estudió con detalle en muchas otras obras sobre el oriente asturiano: «Entre Los Beyos y El Ponga: el Cordal del Colláu Zorru» (1988), «Por la Senda del Arcediano» (1990), «En torno a La Peña Santa» (1994), «A la sombra del Tiatordos» (1997) o «La garganta del Cares» (2003).

En todos estos libros, con su exhaustividad milimétrica acostumbrada, el autor va describiendo numerosos caminos por estos cordales medios y altos entre los pueblos y los puertos, a veces con nombres sucesivos en el tiempo: La Senda del Arcediano, El Camín del Almagre, El Camino de Castilla, El Camín de los Segadores, El Camino Viejo de Valdeón, La Calzada de Caoru, La Senda Frassinelli, El Camín del Puertu, El Desfilaeru de Los Beyos, La Garganta del Cares, El Camín de Bulnes, El Camín de Amuesa? Muchos días, noches, meses, años?, fue traduciendo el autor a las páginas de estos libros (varios miles en conjunto), por las que ahora podemos hacer el recorrido virtual, con la ventaja de dialogar también con otros tantos cientos de pastores entrevistados.

En el estudio, minucioso como siempre, de la nueva obra, «El Camín Real de La Mesa entre Torrestío y Dolia», G. Mañana (médico y montañero incansable) continúa, tal vez sin saberlo, en su contribución inestimable al estudio del nombre de los caminos asturianos desde el Paleolítico hasta nuestros días: la odonimia (griego, hodós, «camino»; ónyma, «nombre»). La odotoponimia, en realidad, pues de los miles de nombres que aporta en sus múltiples andaduras, se deducen las relaciones de las palabras con los usuarios, de los preindoeuropeos a nuestros días.

Con la precisión toponímica de siempre, el estudioso montañero parte ya de una primera riqueza sinonímica del camino antiguo, que manifiesta la perspectiva etnolingüística de los sucesivos pobladores, desde que empezó a recibir nombres en uno y otro sentido de la andadura: La Vía, La Calzada Romana, La Calzada del Puerto La Mesa, El Camín Real, El Camín Real de La Mesa, El Camín Real del Puerto La Mesa, El Camino de Castilla, La Carretera de Castilla, El Camino de Asturias, El Camino de Santiago? A los que se suman otros nombres en contigüidad espacial y temporal: La Vía de La Plata, El Camín Francés...

En definitiva, las caminatas y las páginas de G. Mañana suponen una importante aportación a la odonimia asturiana, en el sentido que da a esta ciencia María Quesada: «La odonimia?, los nombres geográficos reflejan la imagen mental de cada pueblo?, las áreas culturales de su interés, las costumbres, el ethos y el espíritu, hechos y circunstancias que se expresan mediante la lengua?; la comunidad de los hablantes».

Y esa aportación novedosa del autor se debe a que sitúa los topónimos en el contexto histórico, espacial, temporal, ganadero?, que le dieron los sucesivos pobladores en el tiempo. Así, en el contorno del Camín Real de La Mesa, Guillermo Mañana cita cientos de topónimos motivados por esa perspectiva lingüística de los nativos somedanos (y antecesores correspondientes en aquellas montañas) a la hora de nombrar cada paraje en relación con el uso del camino: El Muro, La Cuendia la Mucher (etnometáfora, sin mujer alguna por el medio), Las Gabitas, La Sedernia, Los Trabancos, Las Argüetsas, El Xuegu la Bola, El Michu, Las Retuertas, La Funfría, La Fuente'l Camín, La Mirandiella, Los Pontones, El Pontón, La Fonte'l Camín, La Celada, La Cruz, Las Cancietsas, La Forcada, La Corredoria, Los Carriles, El Trayecto, La Güérgola, La Cuesta, Lleñapañada, La Pousa'l Sal, Las Saleras, El Salao...

Cada topónimo está contextualizado a lo largo del libro de G. Mañana, con los documentos orales, escritos, gráficos, fotográficos, cartográficos? correspondientes, de modo que el lector sólo tiene que acompañar la andadura sobre las páginas con simples conexiones de palabras del entorno: asociar en el paraje lo que el investigador caminante reunió sobre el terreno. El camín real se vuelve, así, camín virtual de una vez por todas, antes que el tiempo, las máquinas, la indiferencia, el virus del cemento y del asfalto?, terminaran, desgraciadamente, por desdibujarlo del todo entre aquellos preciosos montes a medias entre somedanos y teverganos.

De ahí, la justificación etnonímica, más allá de la simple voz del paraje. Sobre las páginas y documentos del libro, caminamos por tanto tras el léxico de los lugareños, que nos va aclarando cada topónimo en los altos: un límite en el camino, una senda, una barrera, una encrucijada, un lugar de juego en la braña, una fuente demasiado fresca, una vista estratégica, unos puentes grandes, una fuente buena, una zona oculta, una zona de paso bueno y amplio, un punto de vigilancia en la cumbre, un paso seguro, un paso estrecho, una pendiente, una parada específica según el producto transportado? Los pobladores sucesivos fueron señalando con palabras los tramos más notorios en la andadura de los caminos.

El léxico lugareño va justificando también el sentido remoto de cada topónimo de los montes abajo. Con la misma perspectiva de vigilancia en los valles, bajo los pastos altos aparecen los castros y castiellos del invierno: El Castru, La Cogolla, La Cogollina, La Torre, El Castietsu ?, con nombres descriptivos igualmente de su situación privilegiada, comunicativa y vistosa durante la obligada estancia inverniza a la falda de las montañas.

Autor y lector, compañeros de mochila y de chiruca sobre unas mismas páginas

Por todo ello, una de las facetas más relevantes de las investigaciones más que pateadas de Guillermo Mañana es la odonímica: debajo de cada topónimo (odónimo, aquí), el lector se recrea en el libro con el descubrimiento de un nombre común usado por los lugareños. Diríamos que el lector se convierte en compañero de mochila y de chirucas por unas horas con el autor. Y, por la odonimia, el autor deja el camino desbrozado para el que quiera llegar a la odo-toponimia: la toponimia de los caminos.

En el último trabajo (hasta la fecha), el autor va desgranando cientos y cientos de topónimos, cada uno de los cuales es un trozo de la vida que llevaron los somedanos, o los trashumantes de paso por aquellos altos, entre las tierras leonesas y el camino del mar. Al mismo tiempo, el lector echa mano de su repertorio léxico asturiano para reconstruir virtualmente la serie de actividades milenarias que tuvieron lugar en torno a los parajes reales pateados por el autor.

Con su técnica acostumbrada, en los diversos libros de G. Mañana podemos seguir rastreando caminos y sendas por los diversos puertos, brañas y mayadas asturianas: más pastoriles al Oriente; más vaqueiros y arrieros, al centro y al Occidente? En el origen, todos los caminos con una misma función: la comunicación humana y animal entre una región y la vecina; entre una estación del año y la siguiente; entre poblamientos más fonderos y cimeros; entre siglos precedentes y venideros; entre culturas más paleolíticas y más tecnócratas, pues unas cuantas raíces, prefijos o sufijos son comunes al léxico rural, al toponímico o al tecnológico, sin más diferencias que sus destinos respectivos en los vocabularios o diccionarios específicos.

En fin, podríamos concluir que también la palabra es camino en el tiempo; que las palabras tienen vida por los caminos; que los caminos son la vida de las palabras: nacen, se desarrollan, viajan, emigran, se adaptan, se transforman... Y hasta pueden llegar a desaparecer del todo, caso de los topónimos. Pero quedan libros como el de Guillermo Mañana para seguir sintiendo sus acordes cadencias escuchadas directamente a los lugareños. Quedan esas palabras odonímicas para seguir estudiando paisajes, en esta andadura, sobre las páginas tan documentadas de un libro como «El Camín Real de La Mesa».

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