La corrupción de la vida política es la segunda preocupación de los ciudadanos tras el paro. A los causantes del desaguisado parece importarles un bledo, siguen enfangándose en su ciénaga. Antes de que saliera a la luz la porquería de algún dilecto representante de nuestro maltrecho Paraíso Natural, las bocas se llenaron de honestas intenciones y nula permisividad con los posibles delincuentes. Pero la cruda realidad sale a la luz y los buenos propósitos dan un sutilísimo giro de 180 grados. Cuando en Cudillero el presunto maleante se materializó en la persona de Francisco González, hubo caras de pared entre sus conmilitones e histriónica indignación en las filas restantes. A otros les llegó la hora en forma de monolitos virtuales pagados como auténticas piedras y la tolerancia 0.0 con la corrupción se convirtió en «lo mío es distinto». Ahora que el «caso Aquagest» amenaza con dejar en humillantes pelotas a varios ayuntamientos, mejor ponerse de acuerdo para no enseñar tantas vergüenzas, que dónde se ha visto que entre bomberos nos pisemos la manguera, coño.