A las once de la mañana varias decenas de personas forman en el patio de juegos de la escuela de Piantón. Siguen las órdenes de la mezzo-soprano Elena Montaña, que les propone una suerte de extraños ejercicios. En voz baja, para no interrumpir el proceso, el profesor Íñigo Guibert explica que se trata de un ejercicio vocal para preparar la voz de cara al trabajo que aguarda a los músicos durante toda la semana. La escena forma parte de la cara menos conocida del Festival Internacional de Música de Piantón, una cita que cumple su tercera edición y que se prolongará hasta el sábado.

«Son muchas horas de canto y hay que tener la voz despierta. La voz es frágil y hay que cuidarla», precisa Guibert, que comparte la dirección del festival con Montaña. Están contentos con el nivel de los participantes en la edición de este año, en la que, entre profesionales y aficionados, ya se cuentan 46 personas. Todos ellos integran el denominado «Conjunto Festival», que ensaya cada mañana con vistas al gran estreno previsto para el viernes en la Casa de Cultura de Vegadeo. Además de este ensayo colectivo, los profesionales se preparan para las actuaciones individuales que ofrecen cada día a las ocho en la iglesia de Piantón.

La violoncellista Nerea Sorozábal tiene 19 años y forma parte del «Dúo Irenea», que participa en el festival por segundo año consecutivo. «Es muy bonito porque da la sensación de que no hay intereses ni dinero de por medio, la gente te aloja en su casa y te relaciones con otros músicos», precisa. Para Tatiana Martins, del trío portugués «Sirius Trivium», es la primera vez y está encantada con la belleza del entorno y con la amabilidad de los vecinos. Querían ofrecer su talento fuera de Portugal y por eso se apuntaron a la cita piantonesa: «Venimos aquí para hacer música y divertirnos».

Otra pieza fundamental del festival son los vecinos que han cedido voluntariamente sus casas para acoger a los músicos invitados. Es el caso de María Dolores Figueroa y Jesús Lorenzo, que tienen acogidos a tres de los profesionales. «Es una experiencia muy bonita. Además, la iglesia se llena y los vecinos vamos demostrando cierto grado de respeto por lo que se está haciendo. La organización pidió ayuda a los vecinos y la gente respondió», dice Figueroa, convertida en voluntaria de esta particular experiencia en el corazón del concejo veigueño.