Algunas de las casas del pueblo se están restaurando. En una comenzaron por recuperar el forno para que pueda seguir siendo útil para «arroxar». Por falta de leña no va a quedar, porque la hay en abundancia. Todas las fincas que antaño constituían un gran maizal ahora están arrendadas a un ganadero de Mallecina que tiene sus vacas pastando pradera arriba y abajo. El pueblo tiene agua y luz. Un día, hace años, lo titulé en estas páginas como el pueblo del silencio.

Aquí, en Caborno, en las tierras altas de Salas, hay una ermita bajo la advocación de la Virgen del Carmen. El primer domingo de septiembre, cuando la temporada de fiestas está concluyendo, hubo misa a la patrona. Llegaron unos jóvenes de Avilés y cantaron y tocaron piezas religiosas. La música de guitarra reemplazó en esta ocasión a la gaita. La pequeña ermita estaba a rebosar de los que un día eran vecinos con sus familiares y amigos. Ofició el párroco de Mallecina, don Iván, que aprovechó la homilía para informar de que en los últimos tiempos se han registrado robos en casi una decena de iglesias y ermitas del concejo. En la del Cristo de la Salud de Borreras, que este fin de semana celebró sus fiestas por iniciativa de un vecino que vive en Quirós -fiel demostración de lo solos que se quedan los pueblos-, los cacos entraron por una ventana y «gracias a Dios no tocaron las imágenes que salen en la procesión de la fiesta», pero destrozaron incluso la puerta que descerrajaron para irse. Y en Las Centiniegas de Priero los cacos consiguieron un botín de? ¡seis euros!

Pero muchos de los que un día se marcharon volvieron a Caborno. Y han traído a sus hijos y nietos. Y llegaron con tiempo suficiente para preparar sus casas y cocinar con la abundancia propia de las sopas festeras, para reunirse tras la misa y recordar tiempos de cuando la traída de aguas al pueblo la constituía una presa que bajaba del pico Aguión y atravesaba fincas y caminos hasta llegar a la última casa.

La madera de castaño que se utilizó hace muchos años para levantar casas, hórreos y tenadas resiste el paso de los tiempos entre otras cosas porque los tejados están bien cuidados.

Los vecinos se marcharon pero conservan su casería y no se olvidan de un pueblo, en el que han nacido, que pierde su silencio habitual en fines de semana por el verano y siempre el día de la misa de la Virgen del Carmen.

Y lo más importante es que por las antojanas de Caborno había el otro día mucha juventud. No todo está perdido.