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Castropol vela por las señoras del agua

El lavadero municipal estrena una placa en recuerdo del trabajo "abnegado" de las vecinas de antaño en la parroquia "para mejorar la vida del pueblo"

Mujeres lavando ropa, ayer, poco antes de descubrir la placa. a. m. serrano

"En reconocimiento a las mujeres que con su abnegado trabajo contribuyeron a mejorar la vida en este pueblo". Las palabras pueden leerse desde ayer en una placa del recién rehabilitado lavadero de Castropol. La parroquia recuerda así la vida de una parte de la mujeres nacidas en el siglo XX y que en lugares públicos como el lavadero desarrollaron su trabajo, "tan callado y poco reconocido, pero fundamental para las familias", como dijo la concejala de Igualdad castropolense, Teresa Dorado.

Ayer hubo muchas palabras y aplausos para once de las 38 mujeres de 75 años o más de la parroquia de Castropol. Ellas fueron las protagonistas de la cita que organizó el Ayuntamiento con motivo de la celebración del día de la mujer rural. "Son mujeres que no dan mérito a lo que hacían, que trabajaron lejos de sus casas durante años sin cotizar y que fueron decisivas para que hoy Castropol sea lo que es", añadió la concejala.

Con la obra del lavadero local recién hecha (se llevó a cabo gracias a una subvención europea de 120.000 euros y con mano de obra municipal) el Ayuntamiento tuvo una oportunidad para vincular el cuarto homenaje a la mujer rural con un lugar especial para muchas de las vecinas castropolenses.

En él lavó la ropa día y noche Oliva Fernández hasta que en una jornada nocturna cayó. "No volví más sin luz del día", desveló ayer. Allí entabló amistad con otras mujeres y se desahogó de sus penas. Actos de reconocimiento como el de ayer recuerdan a Oliva Fernández "que todavía alguien tiene interés por todo lo que hicimos".

Casi medio centenar de personas acudió a un encuentro en que se habló de la vida y dificultades de estas once mujeres para después recordar la historia del lavadero municipal, "tan vinculado a la vida de muchas de ellas".

Feliciana Rodríguez Murias es una de las vecinas que contó su trayectoria. Nacida en Valencia y de padres desconocidos, llegó a Castropol gracias a una religiosa. En este pueblo de donde eran sus padres adoptivos pudo desarrollar su vida. Tuvo varios trabajos, aprendió a tocar el órgano y nunca dejó de trabajar como voluntaria de Manos Unidas. Su vecina María Rita Fernández García también pasó toda su existencia en Castropol. Hija de un matrimonio con seis hijos tuvo que dejar de estudiar a pesar de la recomendación de su profesora, que vio en ella habilidades para el estudio. "Pero había otras necesidades", dice. Las otras homenajeas también fueron niñas trabajadoras, personas que tenían que lavar a mano y subir agua a las casas en los años de carencia. Escenas muy distintas a las actuales y que el Ayuntamiento quiere que se transmitan "de generación en generación" para valorar el trabajo y sacrificio de los mayores, de los vecinos de antes y aquellas señora del agua.

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