Cuando aún no hemos asimilado esta dolorosa noticia, ya nos toca despedirnos de ti, Pepe. Son muchos los amigos, tus amigos, los que todavía hoy no damos crédito a que te marches para siempre, a que no podamos pasar ni un rato más contigo.

No sé si lo sabías Pepe, pero hay muchas personas que te querían y tu familia tiene que estar orgullosa de eso; fueron muchos los mensajes de tus amigos y compañeros cazadores que estos días recordaban anécdotas salpicadas de ese humor tuyo tan "inglés".

Nosotros también te recordamos, en nuestras tertulias de las mañanas, en las que tu sitio ha quedado vacío. Pero siempre vas a tener un asiento especialmente reservado en nuestros corazones por ser como eras, por tu sinceridad, por tu buen hacer y por tu forma de decir las cosas, siempre con la verdad por delante. Nunca se nos olvidará cómo mediabas en nuestros pequeños debates, mientras te retorcías el bigote. Y podríamos contar muchas más anécdotas, cientos de ellas, tras tantos años de tertulias. Eras un hombre con el que se podía hablar de cualquier cosa, aunque tu tema preferido era tu familia, en especial, tus tres biznietos, de los que tan orgulloso estabas.

Trabajador incansable, persona de bien, amigo de hacer favores y, por supuesto, amigo de sus amigos. En resumen, eras un SEÑOR. Sí, así, en mayúsculas.

Para despedirnos, no se nos ocurre una frase mejor que esta: "algo se muere en el alma cuando un amigo se va".

Desde el 28 de mayo en el cielo hay una estrella más: tú, Pepito Magarín.