La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Celestino Collar: "No hay nada como el potaje para cumplir años"

El centenario de Magarín (Tineo), que estuvo prisionero en la Guerra Civil, advierte: "El que se entristece pierde la salud"

Pedro Cadierno, con su abuelo Celestino Collar, en su casa de Magarín. DEMELSA ÁLVAREZ

A sus 100 años recién cumplidos, Celestino Collar, de casa Sixto de Magarín (Tineo), presume de no necesitar tomar ni una sola pastilla. Ni el colesterol, ni la tensión le han dado problemas, sólo algún problema de vista y una herida en un pie le entorpecen un poco su día a día, que transcurre con tranquilidad pegado a una radio que lo mantiene conectado con el mundo. Una escucha que sólo interrumpe para dar algunos paseos por casa e incluso por el pueblo si hace bueno.

El secreto para llegar a sus años, asegura, está en la forma de vida que uno adopta. "Nunca se sabe si se va a alcanzar esta edad, pero yo nunca fumé ni anduve por los bares, además aquí en Magarín tenemos un agua muy buena y comemos muy sano, con mucha verdura, sobre todo en pote, porque no hay nada como el potaje", subraya Celestino Collar.

El pueblo de Magarín, con 14 casas, de las que ahora tan sólo están habitadas la mitad a diario, fue el hogar de Celestino Collar desde su nacimiento, el 18 de mayo de 1916. "Aquí me cortaron el cordón umbilical y aquí moriré, aunque estuve fuera un tiempo durante la Guerra Civil", explica.

De esa época, Collar no ha olvidado ni un segundo de la dureza y crudeza que le tocaron vivir. Con 19 años se presentó como voluntario en las filas republicanas. Estuvo en un batallón en la zona de Belmonte y de Infiesto. Una vez finalizada la contienda se convirtió en preso de guerra en la cárcel de Tineo. "Recuerdo que me dieron una paliza tremenda, sangraba muchísimo y es que como había sido voluntario nos castigaban duramente". De la cárcel pasó a un campo de concentración en Candás, en una antigua fábrica de conservas, "en la que estábamos recluidos unos 7.000 hombres, nos daban de comer para que no nos muriésemos y dormíamos sobre serrín húmedo", rememora. Su periplo continuó hacia Gijón, donde estuvo en un campo conocido como el Cerillero y en la cárcel del Coto. "Ahí se estaba mejor, me tocó dormir con un catedrático ya mayor, don Marcelino, que tenía dos tomos de 'El Quijote' y me pasaba los días leyéndolo", apunta.

Su última parada antes de poder regresar a Magarín fue Huesca, donde formó parte de un batallón de trabajadores a los que les ordenaron construir una vía de comunicación entre Aragón y Cataluña por la zona norte. Una vez finalizada, obtuvo la libertad y pudo volver. Aunque ya nada sería lo mismo.

Por el camino se habían quedado muchas personas, entre ellas su hermano Pedro, que también luchó en el frente como voluntario y perdió la vida en Teruel. "Tuvimos mucho disgusto, era muy trabajador y todo el mundo lo quería, pero entonces no había perdón para nadie, no querían prisioneros de guerra".

La ganadería ocupó el resto de su tiempo en Magarín. "De aquellas se sembraba de todo, centeno, trigo, patatas... porque había un hambre tremenda y no había más remedio", explica. Tuvo a su única hija, Clementina, y tiene dos nietos, Xosé Antón y Pedro Cadierno, quien continúa con la ganadería familiar. "Ahora vivir en el pueblo no es como antes, se vive bien, las casas están arregladas y tenemos carretera", reconoce. Entre sus aficiones se encuentra la de cantar y recitar antiguos romances, que recuerda con exactitud y no duda en declamar alegremente en público o para sí mismo, ya que asegura que "el que se entristece pierde la salud".

Compartir el artículo

stats