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El hombre que "compró" Muniellos

Se cumple un año de la muerte de Juan Jesús Molina, un praviano de gran formación humanística dedicado a los montes

Juan Jesús Molina. MIKI LÓPEZ

Don Juan Jesús Molina Rodríguez (Pravia, 24 de diciembre de 1916-Madrid, 19 de enero de 2017) fue un ingeniero superior de Montes que desempeñó varios e importantísimos cargos para las distintas administraciones que se sucedieron durante su vida laboral.

Fue, como se encabeza esta tardía necrológica, el hombre que gestionó la compra del monte de Muniellos para preservarlo.

Yo le conocí a través de su hermano, don Fernando, también praviano, un año más joven que él, ahora algo limitado físicamente debido a la edad, pero con una agilidad mental absolutamente plena.

Con don Fernando pasé infinidad de horas en el monte, aprendiendo, sobre todo, materia forestal, pero salpicándome también de historia, de ecología, de una educación exquisita y de un estoicismo admirable.

Cuando empezó a delegar sus visitas a los montes de la zona que yo atendía, comencé a llamarle de vez en cuando. Al principio, con la disculpa de avisarle de alguna cuestión forestal, pero luego simplemente para saber qué tal se encontraba, aunque, como siempre, acabamos hablando de árboles.

Antes de eso, en una ocasión, aquejado a los 86 años de una enfermedad, me dijo: "mire, con la edad que tengo no sé si me merece la pena operarme de nada". De aquello pasaron ya casi tres lustros. Otra vez, al cogerme el teléfono, me soltó alegremente: ¿Me llama para ver si sigo con vida? Pues aquí sigo, sí". La última, hace unas semanas, con la voz ligeramente cascada, me anunció: "Pues me encuentro bastante bien. A ver si vivo unos meses más para alcanzar a mi hermano Juan Jesús."

Fue él, en 2008, ante el interés que yo tenía por averiguar cómo se había gestado la compra de Muniellos, quien me concertó una cita con quien había sido Jefe Regional del Patrimonio Forestal del Estado y, posteriormente, con ICONA, Jefe de Inspección Regional, en la casa en donde veraneaba en Tapia de Casariego.

Juan Jesús me atendió muy cordial y pacientemente. Fernando le había hablado de mí (bien), y a nadie amarga un dulce, claro está.

Y me encontré no sólo con los datos que esperaba hallar, sino con la vasta cultura y educación que parece común a los hermanos Molina Rodríguez, y que les hizo, y hace, distintos a quienes fueron sus coetáneos y también, luego, a sus discípulos.

Respecto a la compra de Muniellos, se retrotrajo a la fundación del Patrimonio Forestal del Estado, en el año 1933. Según explicaba, bajo su punto de vista, el Patrimonio fue creado para paliar los calamitosos resultados de las amortizaciones de montes habidas en España. El Estado se había quedado montes, sin árboles, y las cabeceras de las cuencas hidrográficas corrían un serio peligro (ecologismo puro). La escasez de madera, por supuesto, también era un problema gravísimo. Antes de comprar Muniellos, dice, sólo había un monte de propiedad estatal en Asturias, en las inmediaciones del lago Enol. Casi todo lo demás o era ya un erial o se cernía sobre ello el riesgo de serlo. Siempre, en la medida en que el hombre pudo, acabó con los bosques.

Muniellos había sido talado parcialmente en varias ocasiones, y también en otras varias fueron desautorizadas cortas por abusivas. La situación era, evidentemente, complicada: los propietarios (una sociedad) querían cortar porque era suyo y la Administración no podía permitir la desaparición de un enclave tan importante.

Existían dos opciones, a saber: declararlo "monte protector" y restringir su aprovechamiento o comprarlo. Evidentemente, la sociedad propietaria estaba más dispuesta a vender un predio del que no iban a poder extraer todo lo que habían previsto, e ICONA, que había unificado recientemente el Patrimonio Forestal del Estado y el Servicio Nacional de Caza y Pesca Fluvial, prefería adquirirlo y dotarlo de una seguridad que, de otra manera, siempre iba a estar en vilo.

Se acordó pagar unas 12.000 pesetas por hectárea? y el resto, más o menos, es conocido por todos o se averigua con facilidad.

Sin embargo, yo, que simplemente iba a preguntar por estos pequeños pormenores, me encontré con otra historia mucho más impresionante.

Bajo el auspicio de Juan Jesús Molina se plantaron ni más ni menos que 400 millones de árboles, aproximadamente, en una superficie cercana a las 200.000 hectáreas. Y, contrariando la popular creencia de que el Patrimonio sólo plantaba pinos, muchas de ellas fueron repobladas con roble, además de respetar los existentes (aquí y en otros muchos puntos, don Juan Jesús, prudente y respetuoso, hace mención a lo que él había gestionado, sin verter ni una sola opinión de lo que podían haber hecho sus análogos en otros lugares). También desmitificó las repoblaciones obligatorias, las cuales, si bien sí que se efectuaron en lugares muy determinados y en el contexto de la época, no fueron algo prioritario ni del Patrimonio Forestal ni del ICONA, organismos que estuvieron más ocupados en adquirir propiedades e incluso en devolver el uso de los terrenos a los vecinos, los cuales, como explicábamos al principio, fueron los auténticos paganos de las desamortizaciones. Él, cuenta, no era amigo de este sistema. Prefería llegar a un acuerdo y plantar menos que aplicar una repoblación obligatoria. En sus 41 años de actividad profesional, solamente gestionó una.

Los antiguos griegos, como si hubieran podido saber que a principios de este siglo los aforismos iban a causar furor, nos dejaron algunos celebérrimos. El que nos viene a cuento es de Protágoras, y dice que "el hombre es la medida de todas las cosas". Más correcto hubiera sido añadir que lo es para los necios. Para los hermanos Molina el lapso más corto que tienen en cuenta es el de la vida de un árbol. Luego ya pasan a tiempos geológicos o astronómicos. Varios de ellos han plantado o han gestionado la plantación de árboles que ni van a cortar ellos, a pesar de su longevidad, ni varias generaciones posteriores. Quizá nadie los corte.

Pero prevalecerá la creencia en unas repoblaciones obligatorias masivas o de unas expropiaciones que no puedo decir inexistentes, pero sí que desconocidas para mí.

Es, en cierta manera, lo que ocurre con las leyendas populares que intentan explicar historia: cualquier resto arqueológico que se halle en el monte es de los moros, aunque tenga cinco mil años.

Lo que sí es cierto es que Juan Jesús Molina, como alto cargo que era (todavía, unos meses antes de jubilarse, con 68 años, fue asesor del consejero Arango) no estaba a pie de obra constantemente, por lo que no pudo impedir que otros ingenieros, desde luego bastante menos cultos y sin el don de gentes que él poseía, acometieran actuaciones vergonzosas. No hace muchos años, uno de ellos se jactaba cínicamente de las decenas de túmulos que había arrasado a paso de bulldozer.

¿Cuál era la diferencia entre Juan Jesús (y sus hermanos) con gente como esta? Pues, innata inteligencia aparte, una formación humanística que les permitía tener una visión global de las situaciones, lo que incluye el futuro y el respeto por el pasado.

Un buen ejemplo de la bonhomía de don Juan Jesús es cuando me cuenta que, a raíz de los catastróficos incendios que asolaron España durante el cambio de régimen, encargó un estudio para la zona que él gestionaba (entre el Bidasoa y el Eo) para averiguar las causas. "Había mil causas, algunas extrañísimas", dice. Pero, realmente, no había mil causas, sino mil disculpas, como ahora.

En otras ocasiones, a don Fernando Molina le comentaba que el Principado estaba haciendo tal o cual cosa y él respondía, por ejemplo: "Eso tenía que haberse hecho hace veinte años. Ahora es tirar el dinero".

Ortega y Gasset apuntaba, creo recordar, en "La Rebelión de las Masas", que el problema del hombre actual (ya de aquella) era que sólo sabía y quería saber de lo que le competía, e ignoraba todo lo demás. Y este es el caso. Una gran parte de los funcionarios de las distintas administraciones sólo concebían plantar pinos a un marco de 2x2 y únicamente unos pocos veían bosques donde los otros sólo leña. La desproporción es evidente.

Pero no acabaron aquí las sorpresas en la tarde que pasé con don Juan Jesús. En un momento, la conversación derivó hacia la conservación de la Naturaleza y recordó que en 1973 encargó un estudio para valorar la conveniencia de la ampliación del entonces Parque Nacional de Covadonga.

Los resultados le desalentaron: se trataba de un espacio muy poblado, lo que conllevaba un evidente problema de rechazo por parte de los habitantes y, además, tenía el pleno convencimiento de que la promulgación de una figura de protección era contraproducente, en muchos casos, ya que llevaba aparejada un aumento abominable del turismo, lo cual es incompatible con los principios de conservación.

Todavía, en aquella soleada tarde de agosto, ni él ni yo habíamos oído hablar, ni concebíamos, que se organizaran carreras multitudinarias por los parajes más valiosos de la Cordillera.

Y, para rematar, sacó a colación a García-Dory, fundador de la Asociación Asturiana de Amigos de la Naturaleza (ANA), sin saber que yo soy miembro de la misma.

Según recordaba, García-Dory se había hecho cargo del capítulo zoológico del mencionado estudio sobre la ampliación del Parque, y establecieron una cordial amistad. Para mi sorpresa, añadió: "Me hice socio de ANA, ya ve: el Jefe de ICONA. Creo que aún conservo el carné de la asociación".

Qué diferencia entre la actitud de alguien tan importante en su tiempo como Molina, cuya visión de la conservación de la Naturaleza le permitía simpatizar con ANA, y la de los actuales gestores de Medio Ambiente, que amenazan públicamente con expedientes disciplinarios a quienes desarrollen alguna actividad ligada a esta.

Documentándome para este artículo, hallé otro, escrito por un ingeniero que trabajó a sus órdenes, en el que recordaba la satisfacción de Juan Jesús cuando el lobo empezó a merodear por la provincia de Madrid.

A medida que me contaba estas cosas, me vinieron a la cabeza un par citas de Miguel Delibes: una, en la que, con toda naturalidad, habla de "mis amigos los ecologistas" y otra, un pasaje de "El Camino", donde narra cómo, año tras año, un ingeniero se empeñaba en plantar pinos en un monte donde, verano tras verano, se cocían en las pozas.

Fuera de Asturias, tanto en vida como tras su muerte, don Juan Jesús Molina ha tenido algún reconocimiento público, sobre todo a modo de celebración por los lugares que él salvó de llegar a ser o quedarse en un pedregal. Reconocimientos del gremio, nada de un orden más general. En Asturias, donde la idiosincrasia de nuestra sociedad tiende a ensalzar al mediocre y a relegar al excelso al olvido, eso es lo que se ha hecho.

Poco menos ocurre con don Fernando, ya que éste ha tenido más relevancia en Galicia, donde fundó y dirigió la renombrada escuela y centro de experimentación agraria de Lourizán. Y otros hermanos, también con una apasionada dedicación a sus profesiones, llevada mucho más allá de la edad de jubilación, solamente (bueno, y no es poco), son conocidos y reconocidos en su ámbito laboral.

Pero Juan Jesús, el praviano que gestionó los montes de una tercera parte de España, que plantó 400 millones de árboles, que gestionó eficientemente la compra de Muniellos para librarlo de la sierra, que se ocupó particularmente de la Cordillera Cantábrica, que se jubiló trabajando ya para la recién nacida Administración del Principado de Asturias, es absolutamente desconocido.

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