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Solos en el pueblo

Solos en el pueblo

Bajé el otro día desde Mallecina a Salas en día de mercado y a media mañana, tomando un caldo en la Gran Vía, se me acercó una vecina de edad avanzada, que vive en una de las brañas de este concejo, y me preguntó si es verdad que tras la reciente desaparición de algunas líneas del reparto del pan va a ocurrir igual con el cartero. Me pilló la pregunta así de sopetón que tuve que ingeniármelas para no poner cara de sorpresa y le contesté, lo más natural que pude, que eso es imposible porque el servicio postal abarca a todo el mundo mundial y a ningún político se le ocurriría hacer recortes de esa índole.

Mi amiga de la braña me escuchó con gran atención, como si estuviese grabando mis palabras, al tiempo que me decía: "Guey marcho más tranquila pa casa porque, ay, Dios mío, si me quitan al cartero, ¿con quién voy a hablar yo que vivo sola?". Seguimos hablando y me confesó que acostumbra a ir los martes de mercado a la villa porque, aunque no tenga nada que comprar, por lo menos tiene la oportunidad de hablar con vecinos de otros pueblos y saber algo de lo que pasa por estos contornos, ya que de lo nacional y demás se entera por la tele. "Veo a la gente conocida -señaló- solo en los entierros y en los cabodeaños".

Al día siguiente de esta conversación leo en este mi periódico que en la misma ciudad de Oviedo se descubrieron los cadáveres de una pareja de ancianos que llevaban muertos varios años sin que nadie les echase de menos. Aquí, en el pueblo, eso no podría suceder porque el panadero, el cartero o el vecino más cercano daría la voz de alarma al apreciar que nadie salía a recoger el pan. Menos mal que en esto de las relaciones sociales y vecinales los de la aldea vamos muy por delante de lo que ocurre en las poblaciones. Es un consuelo.

Hay también ancianos en los pueblos que viven en soledad a quienes familiares o servicios sociales municipales los han querido llevar para una residencia geriátrica. Y se negaron a abandonar su pueblo, su casa, sus gatos, sus perros y sus cuatro gallinas. Y hasta halan con ellos. Han elegido, ante esa disyuntiva, la soledad. Y a su manera viven en paz y tranquilos porque saben que el cartero siempre llama dos veces.

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