La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

CÉSAR ALONSO | Vecino de Castropol, acaba de publicar su cuarto libro, "13 relatos bestiales"

"El confinamiento humano será positivo para la naturaleza"

"Espero que el lector encuentre en este libro historias que le provoquen sensaciones, aunque sean de desasosiego"

César Alonso, con un ejemplar de su libro. NATALIA HERRERO

César Alonso Guzmán es ovetense de nacimiento, pero lleva más de dos décadas afincado en el occidente asturiano, donde compagina su trabajo como agente del Medio Natural con su pasión por la naturaleza, la apicultura y la escritura. Acaba de publicar "13 relatos bestiales", su cuarto trabajo tras "Navarro" (2001), "Los últimos guardas de caza asturianos: El síndrome de Robin Hood" (2004) y "El vuelo de Manuel" (2010).

- ¿Qué se encontrará el lector en "13 relatos bestiales"?

-Espero que se encuentre con historias que le provoquen sensaciones, aunque sean de desasosiego. En la narrativa moderna el lector está acostumbrado a que el desenlace sea feliz, pero la vida está llena de situaciones que acaban mal. Un libro, una película o un cuadro tienen que provocar sentimientos, y cuanto más intensos, mejor. Si alguien sale llorando del cine, ha visto una buena película.

- ¿Es complejo autoeditar?

-No. Lo complicado es que se haga cargo una editorial. Las editoriales, en general, van a tiro fijo, procuran no arriesgar un peso. Publican algo que ya cubre una subvención o el montante de un premio. Las ediciones propias tienen el riesgo de las pérdidas. Hay que dar en persona muchas vueltas promocionando un libro para recuperar el dinero, ya ni siquiera se trata de ganar nada.

- Hay animales en todos los relatos y en algunos se narra crueldad en el trato. ¿Hemos normalizado la violencia hacia los animales?

-Sí. En un extremo tenemos el trato pueril que se dispensa a algunos animales domésticos y, por otro, las fábricas de carne que son algunos tipos de explotaciones ganaderas y mataderos. Quizá no sea tanto que la hayamos normalizado como que no queremos saber ni actuar sobre ciertas cosas. Si a una persona le espanta el hacinamiento de las gallinas, que compre huevos ecológicos; si le horroriza la cría y el sacrificio de cerdos y terneros, que evite comer carne o que coma menos. Si tuviéramos que matar lo que comemos, el número de vegetarianos se dispararía.

- También es tensa la relación con la fauna salvaje, basta ver las polémicas por el control del jabalí o el lobo. ¿Qué opina?

-Hay gente que realmente puede verse perjudicada, pero otra que saca al cabo del año más dinero que usted y yo juntos, sumando indemnizaciones y subvenciones, y su trabajo consiste en darse una vuelta a la mañana por la sierra buscando daños. Y luego van voluntarios a participar en las batidas al lobo. Cuando los sindicatos agrarios y otros ganaderos les secundan, se fraguan una imagen distorsionada de la generalidad de los ganaderos, que no tienen nada que ver con este peculiar y nuevo oficio, por llamarlo de alguna manera. Respecto al jabalí, está más que visto que la caza, que año tras año se incrementa, no da resultado a la hora de paliar los daños. Debería ensayarse seriamente con otros métodos y escuchar las opiniones que puedan ofrecer ecólogos y zoólogos. Los cazadores, ha de tenerse siempre presente, son aficionados a una actividad recreativa. Hacerles caso es como si los pilotos aficionados de rallies dictaran las normas de circulación.

- ¿Cómo cree que afectará este largo confinamiento humano a la naturaleza?

-A la naturaleza positivamente, sin duda. Un ejemplo muy conocido lo tenemos en la zona de exclusión de Chernóbil. Si esto se prolonga el tiempo suficiente, quizá los sectores más recalcitrantes, contaminantes e intervencionistas comprendan que la restauración de ecosistemas es algo deseable y que las dinámicas poblacionales de las especies animales que más nos preocupan no necesitan que metamos la zarpa.

- Muchos de los textos narran los últimos años de diferentes personajes, ¿por qué su interés por ese periodo vital?

- El envejecimiento de los europeos es algo que preocupa a las administraciones desde hace tiempo, y en las aldeas es algo agónico. Me interesa porque es algo que todos vivimos y hacia lo que caminamos. Envejecemos dando pena. La familia tradicional, troncal, en la que los viejos tenían su sitio, ha desaparecido, así que a los viejos les queda aguantar solos en casa y luego andar como bultos, de la familia de uno de sus hijos a otra, o directamente a una residencia. Se dan vivencias lamentables, mucho peores de las que yo describo en algunos de los relatos. Lo mejor que le puede pasar a un viejo, en la actualidad, es morirse de golpe, antes de verse envuelto en ese periplo fuera de su casa.

Compartir el artículo

stats