La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El buen negocio de llevar comida al pueblo

"Hay un aumento considerable de la venta", reconocen los vendedores ambulantes, que perciben miedo en la gente a salir a comprar

Adrián Castaño.

Bromea un vecino de Vilarín, en la zona alta de Castropol, al sostener que en los pequeños pueblos bien podría terminar el confinamiento sin que la gente se enterase. No le falta razón, porque allí la vida no ha sufrido tantos cambios y, encima, no necesitan desplazarse para casi nada, ya que están bien abastecidos de los productos de primera necesidad gracias a los vendedores ambulantes. Estos últimos viven esta crisis con jornadas de trabajo maratonianas y reconocen un aumento de las ventas: las familias compran más porque evitan salir a las villas y también ha aumentado ligeramente la población en los pueblos.

Si a Basilio López, que reparte comestible y fruta, le preguntas como lleva la crisis, responde: "apurado". Y es que, apenas tiene tiempo para atender la llamada de LA NUEVA ESPAÑA. "Estoy vendiendo el doble de lo normal. La gente no sale a comprar", explica, al tiempo que reconoce que eso supone hacer más horas que nunca mientras se recorre las carreteras de concejos como Valdés o Villayón. Lo sabe bien su colega de profesión Roberto Núñez, que hace jornadas de casi doce horas de trabajo: desde las ocho y media de la mañana a las nueve de la noche. No obstante, está contento porque sabe que es un afortunado por poder mantener su empleo pese a la crisis del COVID-19.

"Hay un aumento muy considerable de las ventas", reconoce Núñez, vecino de San Juan de Prendonés (El Franco), muy consciente del cambio que está viviendo su profesión estas semanas. "La situación es rara porque esto no se esperaba. Estoy contento desde el punto de vista de que puedo seguir trabajando", reflexiona en una parada de su ruta.

Aunque también ha aumentado ligeramente la población de los pueblos estos días, considera que el principal causante del aumento de ventas es el miedo: "La gente no quiere hacer cola, prefiere comprar delante de la puerta". Cree este autónomo que quizás esta insólita situación pueda favorecer el retorno a los pueblos, que más gente valore las ventajas de vivir en el campo. "Una minoría yo creo que volverá. En el pueblo están más seguros y tienen más libertad de movimiento", añade.

Adrián Castaño sale cada mañana desde Grandas de Salime a repartir el pan de Panadería Casariego. La empresa decidió suprimir la ruta que hacían hacia el centro de la región y también la de la costa, por seguridad de los empleados y también de los clientes, pues, dice, "hay mucha gente mayor" y toca protegerlos. Minimiza los riesgos como puede, ataviado con mascarilla, guantes y tirando de gel desinfectante. También han colocado un cordón de seguridad en las puertas traseras de la furgoneta para que la gente mantenga la máxima distancia con el producto. Al terminar el reparto desinfecta el volante y las puertas y echa las monedas a un cubo con agua y lejía. Toma todas las precauciones que puede. Considera que la gente está concienciada y muchos clientes están optando por dejarle el dinero en una bolsa para evitar el contacto.

"No tengo que decir ni que se aparten, hasta a veces salen de casa con mascarilla y guantes", señala la tapiega Paquita Méndez, que lleva treinta y un años dedicada a la venta ambulante de pescado. Asegura que estos días percibe miedo en la gente y todo el mundo cumple las medidas para evitar cualquier contagio. Al igual que sus compañeros de profesión, Méndez percibe una demanda al alza: "La gente que va al supermercado no se para a comprar pescado, quiere salir rápido, por eso ahora compran más aunque sea más caro".

Por su parte, Gerardo Palacio, gerente de la empresa castropolense Congelados Egea, coincide en que el temor de la gente a salir está detrás del incremento de ventas que están notando los vendedores ambulantes. Palacio, cuya empresa recorre de punta a punta el occidente asturiano, dice que se nota la mayor demanda de comida de primera necesidad y no tanto de caprichos: "El producto caro está parado".

"Aumentó mucho todo lo relacionado con el pollo, los preparados para la sopa o la paella, la merluza? productos de precio medio", reflexiona este empresario dedicado principalmente al producto congelado y cuya empresa está presente en varias comunidades. También destaca la "subida importante" de la fruta, que achaca a la parálisis de los mercados semanales donde la mayor parte de la gente se abastece de estos artículos.

El autónomo franquino Diego Pérez lleva un poco de todo en su furgoneta, pues su filosofía es la de adaptarse al cliente al cien por cien: "Si no lo tengo, lo consigo". Dice que estos días en sus rutas por la montaña occidental se está vendiendo mucha fruta y verdura, pero también lejía y papel higiénico. "Ahora también están empezando a pedirme guantes. Se nota que la gente tiene miedo. Muchos además tienen familia fuera y hace tiempo que no los ven", explica. Como sus compañeros, trabaja más que nunca, pero teme las consecuencias de esta crisis sin precedentes: "Ahora es bueno porque facturamos, pero será malo a la larga porque esto tiene que caer. Igual no llevamos un bofetón tan grande como otros sectores, pero también lo llevaremos".

Compartir el artículo

stats