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Aquel confinamiento de hace 65 años

Cuando los pueblos de Salas quedaron aislados por la nieve durante 18 días

Aquel confinamiento de hace 65 años

No había televisión. Ni teléfono, ni congeladores, ni luz. Y cuando comenzó a nevar a la maestra de mi pueblo, La Arquera de Salas, que era de Oviedo, la pilló en la capital y ya no tuvimos que ir a la escuela. Lo que más me sorprendió de aquel confinamiento fue el silencio. Solo el humo de las chimeneas era el orientador de que en aquella casa había vida. Fue un silencio tan absoluto y tan especial que, pese a que lo he intentado muchas veces, jamás encontré las palabras adecuadas para reflejar aquel paisaje nevado, con los árboles doblados hacia la tierra, en el que ni los gallos cantaban.

En dieciocho días nadie salió ni entró en el pueblo. El ganado se cuidaba con hierba de la tenada, tarabucos molidos y capiellas de narvaso sin panoya. Al molino no se podía ir. Solo estaba activa la fragua de Casa Garrido, donde por las mañanas había tertulia. Se llegaba a ella después de hacer carreiros con la pala llana. También se abrió comunicación con El Chabolín de Mino y Radis para ir a echar la partida y comprar tabaco, aunque éste se acabó pronto. Se supo que José Pacho había curado al sol hojas de figal, elaborando así su propia picadura.

Dieciocho días después de haber caído la gran nevada llegó al pueblo un panadero de Salas con un mulo y dos banastras rebosantes de pan. Y un periódico que precisamente era éste. El hombre de la tahona fue recibido como es debido y se le invitó a comer potaje de berzas, que dijo ser la mejor comida de su vida. Aquel confinamiento tuvo la virtud de acercar familias que no tenían hasta entonces buena relación -la guerra incivil había acabado solo quince años antes- porque la necesidad obligaba a la hora de intercambiarse las pocas existencias alimentarias que iban quedando.

Este confinamiento de ahora, de sesenta días, se ha vivido en este mismo pueblo de una forma totalmente distinta. Televisión, radio, teléfonos móviles, la luz que no faltó ni un minuto, mensajes a los familiares, congeladores a rebosar, LA NUEVA ESPAÑA llegó todos los días con el pan, se pudo ir a segar para las vacas, plantamos cebollo y berzas en los huertos, viajamos a Salas o a Pravia cuando hizo falta y aunque el bar estaba cerrado hubo comunicación vecinal. Y mucho tiempo para picar leña. Estuvimos confinados pero no incomunicados. Algunos echamos de menos, eso sí, la fragua de Garrido. En ella, con carbón al que Falo bendecía con un poco de agua, nunca hacía frío. Éramos, entonces, muy felices. Y no lo sabíamos.

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