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En el quiosco de la música de Samartín

A José Luis "da Marquesa", marca de buena gente, luchador de un mundo rural en retirada

En el quiosco de la música de Samartín

El mapa mental del viajero -todos lo somos- se va construyendo con cada experiencia, con cada relato, con cada apunte, y por ello se enriquece envejeciendo, por acumulación, pero también platónicamente, desdibujando la realidad para ligarla con lo que creemos haber visto y solo soñamos. En ese escenario particular, cada quien tiene su propio reparto de personajes que anima un paisaje social y que, al fin, lo explican. Es lo que va quedando de la vida.

En el imaginario de cualquiera que haya pasado por Samartín de Oscos difícilmente faltará La Marquesita, en el remanso que hace la carretera en el centro del pueblo invitando a parar. Tienda, pensión y casa de comidas en su origen hace casi un siglo, se convirtió pronto, por la buena mano y la personalidad de la familia que la animaba, en referente en la comarca. A la altura de la Guerra Civil ya era un clásico, y en la dura posguerra, miseria al dictado, a la sombra del negocio nunca faltó una ayuda a quien la necesitase. Mediado el siglo XX, al gobierno de Carmen "a Marquesa" y su hijo Guillermo, vivió sus años de plenitud como centro dinamizador de un territorio que mantenía sus rasgos más tradicionales y no había empezado a vaciarse. País aún de campanas, raro en teléfonos y movido por viajantes, allí más que en ninguna otra parte se buscaban las novedades y el pueblo se asomaba al mundo que ya corría más rápido. Hoy que van faltando sabemos lo que significaron esos bares-tienda en el mundo rural; La Marquesita lo superaba, era formidable.

Y ahí se fue criando José Luis "da Marquesa", el tercero de la saga familiar al frente de la casa, que al final pesó más que su bachiller en Oviedo en el colegio Loyola y a donde acabó regresando para suerte del pueblo. De su matrimonio con Carmen, la generosa maestra naturalizada, surgió otra generación que destacó siempre por su exquisita educación, trato amable y la sensibilidad social y cultural que consolidaron una marca de buena gente: "os da Marquesa".

Con la voz grave y trabajosa del cigarro, José Luis, intérprete entre dos mundos, tenía siempre una conversación amable e interesante para paisanos y forasteros, ya fuese sobre literatura o sobre el ganado. El negocio era lo de menos. Criado al pie de una generación de narradores que fascinó al propio Dámaso Alonso, su evocación de anécdotas elevadas casi a leyenda por el vecindario era memorable para quienes no conocimos los buenos tiempos. A él le tocaron sólo en parte, y mediada la vida debió afrontar al frente de la casa la reconversión de un mundo rural en retirada en la que lo intentó todo, reinventándose con creatividad y buen gusto, pero esos tiempos resultaban ya mezquinos para quienes, como él, manejaban valores que se iban haciendo raros. Al final, el empeño se volvió insostenible, y el caballero conocido y apreciado por todos decidió bajar la persiana, un cierre en el que muchos intuimos -hoy es bien sabido- que se arriaba la bandera de una forma de vida por la que José Luis había luchado hasta lo imposible pero que ya no volvería.

En mi personal paisaje samartiego La Marquesita se mezcla con el viejo quiosco de la música que había en la plaza de Samartín, que de niño me llamaba la atención mucho más que la sobria y elegante iglesia, el sugerente palacio de Guzmán o el hórreo orgulloso de Curón. Con trazas de escenario modernista de ciudad burguesa, el aire cosmopolita de aquel templete derribado hace ya muchos años resultaba chocante en medio de una plaza rústica pero estaba allí, como podía encontrarlo quien lo buscase en la conversación elegante en casa de José Luis, que siempre merecía la pena.

Traté con él muchas veces, siempre con la confianza con la que honrábamos una relación de amistad cultivada generación a generación entre nuestras familias. Su padre era padrino de mi madre, y ese cariño se mantuvo siempre. Estaba al tanto de cuanto se publicaba sobre los Oscos y nos poníamos sobre aviso de lo que iba saliendo. La última vez me llamó desde Ribadeo, donde vivía su jubilación, acababa de comprar un libro. Esta semana ha muerto.

Escribo esta nota por mis vecinos. Acaso en los días aciagos que soportamos tenga sentido, que quiero encontrar convocando en su memoria, en torno a una lectura, el homenaje que se merece y no puede ser en este tiempo que ni siquiera para despedirlo permite estar a su altura.

Gracias, José Luis, por haber enriquecido nuestra vida. En nuestro paisaje compartido te buscaremos donde te corresponde, en el centro del pueblo, junto al quiosco, vecino ejemplar al servicio de todos. En la leyenda con los mejores.

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