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La Marquesita

José Luis Pérez, la excelencia en el trato y el arte de contar historias

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Salvo los focos amarillentos de un Land-Rover entrevistos entre la lluvia que caía de lado en una noche negra, no volvimos a ver ningún atisbo de vida hasta las luces claras que surgían de los ventanales de una casa de planta y piso ante la que había varios coches aparcados. En la fachada resaltaba un gran letrero negro, de pizarra, en el que se leía con letras de grafía asturcelta "La Marquesita". El lugar, San Martín de Oscos.

Era el hotel buscado, un alojamiento centenario, bien restaurado años atrás. Aquel establecimiento había sido -y lo seguía siendo- el centro del concejo. Todo lo importante fue tratado allí. El nombre, posiblemente el dinero para su arranque y la modernidad habían venido de Cuba. Un alojamiento en un territorio remoto que en los albores del siglo XX ofrecía agua corriente en las habitaciones gracias a un depósito que se llenaba subiendo el agua con cubos por una escalera de mano.

Bajo la lluvia entramos en la pequeña recepción, grata, muy bien puesta; tras el mostrador estaba un hombre de buena complexión, sonriente, voz bien entonada que podría haber sido de locutor y una sonrisa abierta, llana, que daba confianza. "Bienvenidos; soy José Luis, y tú eres la hija de Pacita. Y tú su marido. Os esperábamos, menuda nochecita traéis. Un buen caldo de nabizas y una carne de primera os reconstituirán de las cuatro horas desde Oviedo".

José Luis Pérez era el nieto de la fundadora, y él, su mujer Mari Carmen, que había sido la maestra y responsable de las escuelas de San Martín, y en aquel momento un número indefinible de hijos muy parecidos entre ellos y de difícil identificación por el cliente neófito gestionaban el hotel, cocinas, restaurante y bar. Todo, por cierto, muy bien llevado. Se cuidaba la excelencia hasta en las tapas que, gratuitamente, acompañaban a una copa de vino. Gran gerente de hotel, José Luis manejaba con mano maestra las técnicas de los buenos alojamientos: saber del cliente, memorizar su nombre, conocer sus gustos, hacer que todo funcionase y ser discreto y precavido en lo concerniente a la política. Son los cinco mandamientos que hacen que el visitante se sienta valorado y note que está en su casa. José Luis poseía otra característica en la que era un maestro. Dominaba el arte de contar historias: el cruce de los estraperlistas a Galicia en la anochecida, el deambular de los buhoneros, las escapadas de Isabel II al Palacio de Mon, a entregarse a sus guardias de corps; el lugareño, primo suyo, emigrado a Florida y que acabó siendo oficial norteamericano en la Guerra europea, los sortilegios de la bruja Carmen de Freixe (de la que aún se puede ver los restos de su casa, allí mismo).

Pero lo que había durado cien años y había sido el eje de la pequeña villa se lo llevó por delante la crisis del año 2008. Y La Marquesita tuvo que cerrar sus puertas, dejando a San Martín sin alma, casi moribundo. De ahí la necesidad absoluta de que por medios privados o públicos vuelva a abrirse, a ser la herramienta dinamizadora de uno de los tres concejos de la extraordinaria comarca de los Oscos. José Luis falleció el pasado lunes. Pero hay personas e ideas que nunca mueren.

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