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Irene González | Psicóloga del Centro Asesor de la Mujer de Vegadeo

“El maltrato en la zona rural encuentra más silencio y más invisibilidad”

“Con la pandemia se debe reforzar la protección de las víctimas y de sus hijos o de las personas que tengan a su cargo”

Irene González. | T. Cascudo

El Centro Asesor de la Mujer de Vegadeo, que presta atención a nueve concejos del Noroccidente y lleva años ofreciendo atención jurídica gratuita a las mujeres, cuenta desde principios de octubre con un servicio de asesoramiento psicológico. Esta incorporación está amparada en las medidas establecidas en el Pacto de Estado contra la Violencia de Género. Al frente del recurso está la psicóloga Irene González (Trevías, Valdés, 1984), que es especialista en Género y Diversidad por la Universidad de Oviedo y lleva una década trabajando y formándose en la atención a las mujeres maltratadas.

–¿Qué iniciativas piensa desarrollar en los próximos meses?

–Al tratarse de un servicio nuevo, lo primero es darlo a conocer a los diferentes recursos con los que cuenta la zona y entre la población y, al mismo tiempo, que conozcan a la profesional que forma parte del servicio. Las acciones de difusión e información son fundamentales al principio. En líneas generales, se desarrollará un trabajo personal con mujeres, que irá desde la atención y el acompañamiento individualizado a propuestas que pueden consistir en el desarrollo de talleres grupales. Por otro lado, y también esencial, es el trabajo con la comunidad a través de propuestas que pueden ser campañas informativas, acciones formativas y divulgativas.

–¿Para qué pueden acudir a usted las mujeres de la comarca?

–El servicio ofrece información, asesoramiento, atención y apoyo psicológico gratuito a aquellas mujeres que se encuentran en situación de especial vulnerabilidad, como es el caso de las mujeres que son víctimas de violencia de género, lo que incluiría los casos de mujeres que sufren o han sufrido situaciones de violencia sexual. También pueden acudir mujeres que sufran algún tipo de discriminación de género o que se encuentren en alguna problemática de índole familiar que esté dificultando su desarrollo personal y social.

–¿Cómo pueden contactar?

–Hay un teléfono de atención al público al que se pueden dirigir. También pueden venir derivadas del servicio de atención jurídico o de otro tipo de recursos o servicios de la zona y que detecten una necesidad de atención. Hay que poner todos los mecanismos para ofrecer ese acercamiento, pero sin invadir su espacio, porque la decisión siempre debe ser de la mujer.

–¿Cómo se ayuda a una víctima de violencia de género?

–Hay muchos marcos desde los que se puede ayudar a una mujer víctima de violencia de género, pero el que a mi me corresponde, y de forma resumida, es fundamentalmente ayudarle a que recupere el control de su vida. Eso implica ayudarle a desarrollar estrategias y herramientas para reforzar su autonomía y seguridad en sí misma. Es decir, que adopte una posición de mayor poder, lo que conocemos como empoderamiento personal.

–¿Cómo está siendo su toma de contacto con el territorio?

–De momento el contacto ha sido con los recursos de Vegadeo y mi sensación ha sido positiva porque muchos ya colaboran desde hace tiempo con el Centro Asesor de la Mujer y eso ya indica que hay buena sintonía. Los agentes con los que me he reunido han mostrado su disposición a colaborar.

–¿El maltrato es diferente en la zona rural?

–Esto requiere un análisis profundo, pero, en líneas generales, en las zonas rurales las desigualdades de género, los roles sexistas culturalmente establecidos e interiorizados, así como la dominación masculina, se hacen más palpables. Variables que tienen que ver con el aislamiento, no solo social o físico, sino derivado de la propia geografía o dispersión del entorno, así como el control social y familiar, suponen factores de riesgo en el caso de las mujeres víctimas, ya que agravan o empeoran su situación. Están más desprotegidas e indefensas ante el maltrato.

–¿Se detecta peor en esos entornos?

–Independientemente del lugar de procedencia de una mujer víctima de violencia, en una relación de maltrato existe miedo y eso incluye el temor al qué dirán y a que no te crean. Si eso lo trasladamos a un entorno donde todavía hay una fuerte concepción de la violencia de género como algo que pertenece al ámbito privado, en vez de entenderse como un problema estructural, pues son mayores las dificultades para poder detectarlo. Nos encontramos con más silencio y mayor invisibilidad. Eso conecta irremediablemente con las dificultades para su erradicación, pues se añaden otros obstáculos como la falta de oportunidades laborales, lo que genera vulnerabilidad económica y dependencia del maltratador; la falta o dificultad de acceso a los recursos o la carencia o ausencia de redes informales de apoyo. Un reciente estudio de la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales concluyó que, en el medio rural, las mujeres permanecen una media de veinte años dentro de una relación de maltrato. Es un dato muy significativo.

–En el día a día ¿cómo puede cada persona contribuir a acabar con el maltrato?

–Es muy importante que tomemos un papel activo y que manifestemos de una forma abierta y contundente nuestro rechazo y denuncia a cualquier forma de maltrato, de actitud o comportamiento que discrimine o violente a las mujeres por el simple hecho de serlo. Debemos de posicionarnos, pues esto sucede en cualquier ámbito. Hay que ser conscientes de que estamos ante un problema social y, por tanto, todo el mundo debe de tomar parte.

–¿Cuál considera que es el mayor reto de cara a la erradicación de la violencia de género?

–El origen de la violencia de género hay que buscarlo en el propio proceso de socialización, en cómo desde la infancia nos han enseñado qué es lo propio o cómo debemos comportarnos según nuestro sexo. Esto ha dado lugar a las desigualdades de género, que, trasladado a las relaciones entre mujeres y hombres, da lugar a relaciones asimétricas de poder que desembocan en esa violencia de género. Necesitamos hacer todo un ejercicio de deconstrucción y de aprender nuevos modelos de ser hombre y mujer y, por tanto, de cómo relacionarnos. Eso supone un cambio de mentalidad, una transformación social y cultural del sistema patriarcal, que sustenta esas desigualdades, a otro sistema donde imperen los valores, el respeto y la tolerancia. Para eso hace falta educación dentro y fuera de las aulas. Aún falta mucho por hacer.

–¿Cómo ha afectado a las situaciones de violencia la actual crisis sanitaria y el confinamiento que vivimos hace meses?

–Sin duda, la pandemia y el confinamiento han empeorado las condiciones que de por sí atraviesa cualquier mujer víctima de violencia. Estas mujeres han tenido que estar en casa con su agresor sin poder salir o han visto limitada su capacidad de movimiento, lo que pone en mayor riesgo su vida. Se deben reforzar las medidas y los sistemas de protección a las víctimas y a sus hijos o a las personas que tiene a su cargo.

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