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La Quinta, origen y legado de los Selgas

Cudillero fue consciente de la labor filantrópica de esta familia y en 1929 respondió a la iniciativa de Ángel Álvarez para erigirle un monumento

Vista aérea de La Quinta de Selgas.

Últimamente es noticia la Fundación “Selgas-Fagalde” por razones que no vamos a repetir. Además, uno ya dio en su día la modesta opinión en estas páginas, sin ánimo de ofender y, por supuesto, sin tratar de sentar cátedra (sería un soberbio ignorante), porque ni soy (ni fui) patrono, ni soy jurista, ni periodista investigador, ni mucho menos político, dicho sea con todos mis respetos.

Lo que trato con este comentario es hacer un acercamiento a la familia Selgas Albuerne, con datos en buena parte desconocidos para los ciudadanos. Posiblemente quien más profundizó al respecto fue Mary Cruz Morales Saro en su magnífico libro La Quinta. Vamos con ello.

Lo iniciamos con los abuelos de los filantrópicos hermanos. Los paternos, Juan Selgas y Francisca Campo, eran naturales de la parroquia de Santa María de Folgueras, en Salas y los maternos, José Albuerne Menéndez y Ramona García Arango, de la villa de Cudillero.

Del matrimonio nació Juan Selgas Campo que se casó con Josefa Albuerne García. Parece ser que Juan había sido ayuda de cámara de Fernando VII y posteriormente sirvió desde algún cargo a la regente María Cristina y también a la reina Isabel II. Pasó por alguna situación complicada y decidió establecerse en Cudillero siendo relativamente joven. Allí abrió un negocio de fletes y comercio exterior. La rama de los Albuerne era una familia de comerciantes de ultramarinos en Cudillero y poseía una propiedad con una casona rural, en la que luego se levantaría el conjunto de La Quinta, para lo que, posteriormente se fueron adquiriendo fincas colindantes.

Tuvieron ocho hijos, de los que sobrevivieron tres: Ezequiel, Francisca y Fortunato. El primogénito fue Ezequiel (1828-1909) –eminente creador de la riqueza–, Francisca ocupó el número seis de la saga y Fortunato (1839-1921), fue el penúltimo.

Refiriéndonos a Ezequiel, en 1852, cuando tenía 24 años, se trasladó a Madrid para cursar estudios de Ingeniería. A título de anécdota cabe destacar que antes, en 1848, pudo librarse del Servicio Militar, sustituyéndolo un vecino de San Cristóbal de Malleza, por lo que el suplente recibió en compensación por parte de Juan Selgas cinco mil reales, señal de que se trataba de una familia más bien acomodada.

El monumento a los Selgas.

El primer trabajo que tuvo Ezequiel en Madrid fue el de cajero en la compañía de seguros o entidad bancaria “Iris”. Dada su inteligencia y cualidades, comienza a invertir en Bolsa y hace buena amistad con los marqueses de Urquijo, de Salamanca y de Remisa y con otras personalidades de la Corte, llegando a participar en importantes y positivos negocios con algunos de ellos, como el del ensanche de Madrid (el hoy barrio de Salamanca), lo que le posibilitó para, en corto espacio de tiempo, reunir cierto capital, destinando el suficiente para que su hermano Fortunato, que tenía 13 años, se pudiera formar lo mejor y más ampliamente posible. También viajaba con frecuencia a París, donde entabló amistades con personalidades relacionadas con el mundo del arte.

Toda esta experiencia adquirida fue motivo para que, además de organizar a la familia, sus viajes y ocupaciones, se responsabilizase en buena medida, de todo lo relacionado con el proyecto de remodelación de la finca, edificación del palacio, adquisición de obras de arte y decoración.

Fortunato Selgas Albuerne, se convirtió en un erudito, especialmente en Bellas Artes y Arqueología. Perteneció a la Academia de Bellas Artes de San Fernando y a la de Ciencias Históricas de Toledo. Fue un notable publicista, arqueólogo e historiador. Entre sus hallazgos cabe destacar los del ara de Cornellana, situado en el parque de La Quinta y el altar y cancel de la basílica de Santianes de Pravia erigida por el rey Silo. Considerado como el más antiguo de España, lo adquirió en 1905 por 25 pesetas en una taberna, próxima a la villa praviana, donde hacía de mesa. Desde entonces se conserva en la cripta de la iglesia de Jesús Nazareno, frente al palacio, donde reposan los restos de la familia. Conocía Europa a fondo y realizó incesantes estudios en sus archivos y bibliotecas; y a él se debe la restauración de la iglesia de San Julián de los Prados de Oviedo. Llegó a ser uno de los hombres más ilustrados de España.

Fortunato se casó con María Marín Gisbert y la pasión, el amor, la ilusión y los desvelos tanto de él como de su hermano Ezequiel, encontraron afortunadamente continuidad en dos de los tres hijos habidos del matrimonio, Ezequiel y Juan Selgas Marín, ya que el nacido en segundo lugar, José, falleció muy pronto, a los dos años (1897-1899).

Ezequiel y Juan, fallecidos en 1958 y 1959 respectivamente, se habían casado con las hermanas Carmen (1896-1992) y Manola (1907-1991) Fagalde Herce, santanderinas de estirpe, madrileñas de nacimiento y asturianas de corazón. Sus restos descansan en la cripta de la iglesia de El Pito. Y al igual que sus esposos, supieron mantener viva la llama heredada hasta el último momento de sus días, dejando patente su amor por su tierra de adopción y responsabilidad por la herencia recibida.

Al no dejar descendencia, los bienes de la familia pasaron a ser administrados, tal y como quedó dispuesto en testamento, por la Fundación Selgas-Fagalde integrada por quince personas. Nueve representan a la familia y el resto, es decir, seis, a la Iglesia, el Gobierno del Principado y la Universidad de Oviedo, a partes iguales.

Los hermanos Selgas patentizaron su profunda religiosidad y su preocupación por la cultura y la educación y de su amor hacia la “tierrina”, con la construcción de la iglesia, el palacio y las Escuelas. La iglesia fue una iniciativa de Ezequiel y de su esposa Faustina Rodríguez Ayllón, edificada sobre el lugar de una antigua capilla y bajo los planos trazados por su hermano Fortunato. Las obras del templo se iniciaron en la década de 1870-1880 y fue inaugurado en 1914 asistiendo al acto la Infanta Isabel (La Chata).

Conjunto neoclásico

El palacio (1870-1895) es posiblemente el más grandioso conjunto neoclásico del norte de España. Intervino como arquitecto Vicente de Lampérez, según proyecto de Fortunato. Arquitectura, muebles, lienzos, gobelinos, bordados, casullas, bronces, cerámica, tallas y tantas otras piezas hacen de él una catedral del arte. Y otro tanto podemos decir de los jardines, trazados por Grandpont. Sus juegos de aguas, el lago, la cascada, el templete, las avenidas, las piezas arqueológicas, rarezas botánicas, la estufa del invernadero –premiada en su día en la Exposición de París–, las estatuas italianas, esculturas y demás piezas de fundición, lo convierten en un auténtico paraíso y lugar de ensueño. Las escuelas fueron realizadas según proyecto de Fortunato, ejecutándose las obras entre 1910 y 1914, siendo inauguradas en 1915. Estaban consideradas y reconocidas como modelo en España en todos los aspectos educativos.

Cudillero fue consciente de la inmensa labor filantrópica de la familia Selgas Albuerne, y por ello en 1929, respondió a la iniciativa del “pixueto” Ángel Álvarez Menéndez, esposo de Elvira Bravo (es decir, mi abuelo paterno) y, por suscripción popular, se erigió un monumento a los hermanos Selgas Albuerne, obra del prestigioso escultor ovetense Víctor Hevia Granda en el que, además de los bustos de Francisca, Ezequiel y Fortunato, figura el texto siguiente: “Facilitar la cultura es hacer patria. 1929”. El monumento en cuestión, ubicado ante la fachada principal de las antiguas Escuelas “Selgas” (hoy IES del mismo nombre) se encuentra un tanto deteriorado y en breve tengo entendido que la Fundación “Selgas-Fagalde” procederá a su restauración. Que así sea.

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