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Amigos de Cudillero entrega los premios Amuravela de Oro de 2020 y 2021 con las víctimas del barco hundido en Canadá en la memoria

El asturiano Alfredo Martínez Serrano, uno de los galardonados, embajador en el país del naufragio, envía una carta: "Mi obligación ahora es dar soluciones y consuelo a los afectados"

Los premiados con la Amuravela de Oro, en la puerta del RIDEA LUISMA MURIAS

La Asociación Amigos de Cudillero entregó este viernes los galardones Amuravela de Oro de los años 2020 y 2021 después de haber tenido que aplazar en dos ocasiones el acto por causa de la pandemia. Los premios fueron a parar a la Asociación de niños con cáncer del Principado de Asturias (Galbán) y al investigador y divulgador científico Amador Menéndez, colaborador de LA NUEVA ESPAÑA, los de 2020; y al diplomático ovetense Alfredo Martínez Serrano, embajador de España en Canadá y exjefe de protocolo de la Casa Real, al coro "El León de Oro" de Luanco y al Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), en cuya sede se celebró la entrega de los premios, los de 2021.

El presidente de la Asociación, José Luis Álvarez del Busto, comenzó el acto pronunciando "unas palabras emocionadas" en homenaje a los marineros fallecidos en el naufragio del barco gallego "Villa de Pitanxo" en el mar de Terranova, en Canadá. Precisamente este suceso fue el que impidió a uno de los premiados, Alfredo Martínez Serrano, acudir al acto de entrega del galardón, que recogió su padre. Álvarez del Busto recitó "con emoción contenida" el poema "Naufragio", de Manuel García Estadella, cudillerense nacido en Cataluña, hijo de padre de San Martín de Luiña y directivo de Amigos de Cudillero, en homenaje a las víctimas que perecieron en el mar de Terranova.

También en un carta enviada para agradecer la concesión de la Amuravela de Oro, Alfredo Martínez Serrano, señaló que en estos momentos prima el "compromiso con las familias de los marineros del barco 'Villa de Pitanxo'". Unos duros momentos que, dijo, le han servido para "redescubrir la importancia del cargo" que desempeña. Su objetivo ahora es "dar soluciones y consuelo" a los afectados y estar "al pie del cañón".

El acto lo abrió Andrés Martínez Vega, subdirector del Ridea, que pidió un minuto de silencio por Luis José de Ávila, periodista asturiano fallecido en 2019 y que formó parte del jurado de los premios Amuravela de Oro. A continuación, tras la intervención de Álvarez del Busto, comenzaron a entregarse los galardones. El primero en recogerlo fue Luis Arranz, presidente de la Asociación Galbán, de manos de Ana Álvarez, de Caja Rural. Arranz, emocionado, agradeció el premio y dijo que son este tipo de reconocimientos los que les dan fuerza y les permiten "seguir" con su lucha. El presidente explicó lo difícil que es para los padres de los niños que padecen cáncer sobrellevar una situación así, pero que la labor de su asociación es "que las familias reciban un confort que si no existiéramos sería imposible": "Dentro de lo difícil que es, Galbán intenta ayudar", añadió.

El siguiente en recibir el premio fue el investigador y divulgador científico Amador Menéndez, colaborador habitual de LA NUEVA ESPAÑA, que lo recibió de manos de Alfredo Canteli, alcalde de Oviedo. Durante su discurso, Menéndez citó a Ortega y Gasset: "Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos". Partiendo de esta frase, el científico explicó su pasión tanto por la labor de investigador como por la divulgador científico: "Hacer ciencia y contar la ciencia", señaló. Y es que, explicó, le atrae como "la tecnología avanza a una velocidad de vértigo" y como permite avanzar al ser humano, al que "nada le impide impide imaginar cómo será el futuro" y que, además, tiene la capacidad de poder "inventar" ese futuro. Para concluir, eligió otra cita, esta vez de Eduardo Galeano: "Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo".

Los siguientes galardones que se concedieron este viernes en la sede del Ridea pertenecían ya a la edición de 2021 de la Amuravela de Oro. El primero de ellos fue para el coro El León de Oro de Luanco, que recogió Adela García Fernández, gerente, de manos de la concejala de Cudillero Olga Fernández. Un premio que, señaló Adela García, es "especialmente emotivo" para ellos, que buscan "una excelencia sonora que quizás ni siquiera exista". Lo que sí consiguen es tener "una calidad humana" que les ha permitido ir a algunos de los mejores lugares y de los mejores festivales del mundo después de haber comenzado "cantando habaneras" es un local de Luanco. Siempre, "con el impulso de la búsqueda de la excelencia".

A continuación llegó el turno del Real Instituto de Estudios Asturianos (Ridea), sede del acto y también premiado. Su director, Ramón Rodríguez, recogió el galardón de manos Evaristo Arce, y aseguró sentir "una profunda emoción" por recibir este galardón y hacerlo además en la sede de la institución. Para Rodríguez, el Ridea tiene como "aval la trayectoria de ser una institución que de manera objetiva ha trabajado por la difusión y el estudio de la cultura asturiana". Algo que hace desde 1945, cuando se fundó. A pesar de que su nacimiento tuvo lugar en la época de la dictadura franquista, defendió, Ramón Rodríguez, "entre los fundadores hubo ilustres republicanos". El director del Ridea aseguró que la institución lucha "contra viento y marea" por seguir difundiendo "todas las disciplinas, hablas de Asturias, cultura, religión, proyectos cientíticos, realizando coloquios y exposiciones". Quiso homenajear también a los fundadores de la institución, que han permitido "que hoy estemos aquí recibiendo este galardón" y aseguró que no se ahorrarán ni un esfuerzo "para seguir trabajando por nuestra querida Asturias".

El último galardón no pudo ser entregado en persona, puesto que se concedió a Alfredo Martínez Serrano, embajador en Canadá y exjefe de protocolo de la Casa Real. En su nombre recogió el premio su padre, Alfredo Martínez del Río, al que se lo entregó Javier Junceda. El premiado envió una carta en la que reconoció estar ahora en una "medio de una vorágine" por el triste naufragio del barco gallego "Villa de Pitanxo" en mares de Canadá. "Mi compromiso ahora está con las familiares de los marineros del barco 'Villa de Pitanxo'". Unos duros momentos que le han permitido "redescubrir la importancia del cargo que ostento". A continuación, se emitió un vídeo que el diplomático había grabado para la ocasión y en el que, además de agradecer el galardón, explicó que su trabajo es "servir" a su país. Durante su discurso hizo un repaso por los "mejores valores de la asturianía". Unos valores que fue desgranando y que consisten en "saber convivir en concordia", ser "trabajadores", "enfatizar lo que nos une más que lo que nos separa" y "abrir horizontes". Para Martínez Serrano "en Asturias nuestro nosotros no es excluyente ni exclusivista" y tiene "una vocación universal", "sin ensimismación". El diplomático invitó a mezclar dos facetas del ser asturiano: "Asturias no es solo emoción y sentimiento, también razón", recalcó.

"Lo que nos une: Asturias, la tierra que hace compatible el equilibrio entre la razón ilustrada y la emoción constructiva"

Alfredo Martínez Serrano, embajador de Canadá



Mis viajes y estancias en distintos países me han ofrecido la oportunidad de conocer a numerosos asturianos que se desplazaban o vivían en esas naciones. Muy mayoritariamente se identificaban de inmediato como asturianos y con indudable personalidad aludían con orgullo a sus orígenes. Algunos pertenecían a centros asturianos; otros se reunían con paisanos con regularidad; muchos alimentaban ese cordón umbilical que les ligaba con Asturias de múltiples maneras. A todos ellos les unía “la asturianía”, un concepto que presenta inequívocamente ciertos rasgos que no debemos olvidar.

Sabían convivir en concordia. Muchos eran de concejos y localidades diferentes; de generaciones diversas; profesaban ideologías alejadas o incluso militaban en presuntamente antagónicas aficiones futbolísticas. Pero eran asturianos.

Un común denominador era que, independientemente de cuál hubiera sido hasta ahora su fortuna, eran trabajadores y desprendían una fuerza interior que supera la adversidad y esa voluntad que el asturiano arranca de lo más profundo de su ser.

En nuestras conversaciones, compartían y enfatizaban lo que nos une, siempre más que lo que nos separa. Evocábamos la música –sigo pensando que es la mayor expresión de las emociones colectivas–, nuestra cultura gastronómica, la Covadonga constituyente y maternal, nuestros paisajes privilegiados y, sobre todo, a nuestra gente. Esos asturianos, además, abrían horizontes haciendo más universal lo nuestro y abrazando lo nuevo y lo diverso del lugar que nos acogía –desde el Caribe hasta la Europa del Norte– con complementariedad y sin contradicción.

Ello me permitió aprender y ratificar pronto lo que invariablemente había intuido: en Asturias, nuestro “nosotros” no es excluyente ni exclusivista. No puede aislarnos ni cerrarnos nunca en nosotros mismos, porque sus raíces laten en un proyecto que va “más allá” –como el “plus ultra” del lema del escudo histórico y constitucional de España–. Nuestra forma de ser y nuestro código vital nos permiten abrazar las tendencias y realidades del mundo sin ensimismarnos o sin caer en un ombliguismo localista, empobrecedor y pequeño para una tierra grande que sueña con personalidad y se expresa en un “paisanaje”, emocionante y abierto, con vocación universal.

Tal vez Asturias y los asturianos estemos llamados a aportar desde nuestra cultura española, europea e iberoamericana la capacidad de ascender las escaleras de la historia con una mirada generosa, complementaria, enriquecedora y audaz. Es posible –por supuesto– ser a la vez pixueto, asturiano, español, europeo, iberoamericano y ciudadano de la misma Humanidad. Podemos serlo con la valentía y el arrojo con los que Cudillero y Asturias se abren al mar, y siempre con el sentimiento de agradecimiento que el asturiano ha experimentado hacia su tierra, el mismo que hoy me invade en Canadá.

Lo que hoy os relato es también una lección de vida que he podido gestar y asimilar no solo en mi carrera diplomática sino también, muy especialmente, trabajando para los entonces Príncipes de Asturias y ahora Reyes de España. Un Rey y una Reina tan vinculados a nuestra tierra donde late y crece también hoy el sentimiento de amor a España y el sentido de responsabilidad institucional de la actual Princesa de Asturias. Siempre estaré agradecido por el honor que me concedieron de poder poner un grano de arena, profundamente asturiano, en el funcionamiento de la arquitectura del Estado con la mirada puesta en nuestra sociedad democrática, moderna y dinámica.

De mi sincera reflexión se desprende que nuestra Asturias no es solo emoción y sentimiento. En verdad, pienso y creo que Asturias es también razón.

He estado enfrascado en estos meses en una ávida lectura de uno de los pensadores canadienses más destacados, Steven Pinker, sobre el que ha escrito brillantemente un reciente artículo el jurista, profesor y escritor Javier Junceda, de cuya amistad me honro y a quien estoy profundamente agradecido. Pinker, profesor en la Universidad de Harvard, representa lo mejor de la herencia ilustrada en nuestra civilización occidental y está totalmente convencido de que la racionalidad, la ciencia y la capacidad del hombre significan inequívocamente progreso.

No pude evitar que, al sumergirme en su maravillosa obra “En defensa de la Ilustración”, mi mente rememorase a esos ilustrados asturianos que modificaron la faz del pensamiento español y nos proyectaron al mundo: Jovellanos, Campomanes, Argüelles, el Conde de Toreno, Martínez Marina o la inmensa figura del Padre Feijoo quien, desde el convento de San Vicente en Oviedo, nos catapultó hacia la universalidad. Todos, como Pinker, fueron conscientes de que, pese a los innegables defectos de la naturaleza humana, ésta contiene las semillas de su propio perfeccionamiento, cuando con equilibrio se acompasan e incluyen razón y emoción; cuando se anteponen la concordia y la cohesión a la ruptura y a la división; cuando se reivindica el interés general y el bien común frente a los intereses particulares. Ese es también el latido de Asturias a lo largo de su historia.

En esta era de confusión e incertidumbre, propia de un cambio de época, quizás sea útil reforzar y difundir al mundo esas raíces de la asturianía que nos hacen ser percibidos como parte de una tierra con personalidad única, ligada al destino colectivo de una Humanidad que necesita referentes de unidad y concordia. Una tierra que es capaz de hacer compatible el certero equilibrio entre la razón ilustrada y la emoción constructiva. Porque Asturias, por todas las razones expuestas, ha conquistado y reconquista la mente y el corazón de cuantos la conocen, en España y más allá de nuestras fronteras.

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