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La decana de las catequistas reza en Boal

Loli Rudeiros, de 86 años, lleva setenta ayudando a la parroquia con los niños que van a recibir la primera comunión

María Dolores Rudeiros, ayer, delante de la iglesia de Boal. | T. Cascudo

La boalesa María Dolores Rudeiros está a punto de cumplir los 87 años y, desde los 17, colabora con la iglesia impartiendo la catequesis a los niños que van a recibir la primera comunión. “A los 16 años me di cuenta de Dios y fui tan feliz toda mi juventud con él que quise que todo el mundo sintiera lo mismo. La catequesis es una vocación, un don de Dios”, dice esta mujer, llena de vitalidad y con una “memoria prodigiosa”. Loli, como todos los vecinos la conocen, lleva setenta años ejerciendo de catequista en Boal.

Se podría decir que por sus manos han pasado varias generaciones de boaleses, que guardan infinidad de recuerdos de esta mujer. “Me gustan muchísimo los niños y me quieren mucho. El otro día me encontré a un antiguo alumno de la catequesis, de hace ya muchos años, que me dijo que le gustaba mucho venir y que les enseñaba cosas para la vida”, explica la boalesa, convencida de la importancia de contar bien las cosas a los niños para que no las olviden. “No estudian mucho, por eso, siempre les explico mis experiencias y les hablo de Jesús y de su mensaje, siempre aclarando que no se trata de un cuento, que es una historia real. Tienen que saber lo que tienen que saber los cristianos: lo que se ha de orar, lo que se ha de obrar y los sacramentos que han de recibir”, añade.

El párroco ya fallecido Eusebio G. Fuertes la bautizó y también le dio su primera comunión. “Fue el que me enseñó a Dios”, confiesa Rudeiros, que siente cierta nostalgia de aquella etapa, hace ya muchos años, en la que iglesia estaba llena de niños. “Hoy hay muchos menos creyentes porque muchas personas perdieron la fe. El progreso corrompió a la gente”, añade. En sus setenta años como catequista ha visto como ha bajado drásticamente el número de alumnos. De hecho, recuerda un año de casi cuarenta, que contrasta con los cuatro que prepara esta primavera.

Muchas de las enseñanzas que recibió de Don Eusebio siendo niña aún las traslada hoy a los pequeños a los que imparte la catequesis. Aunque se apoya en un pequeño libro durante las sesiones, confiesa que todo está en su cabeza porque, a sus 86 años, se mantiene lozana y goza de una salud envidiable. “A lo mejor Dios quiere que viva tanto para que siga enseñando. Estoy muy feliz porque Jesucristo dijo que el que cumpla sus mandamientos y enseñe a los demás será grande en el reino de los cielos. Me casé, pero no tuve hijos, así que pude dedicarme a la catequesis todo el tiempo y la verdad es que soy feliz haciéndolo. Mientras tenga salud, seguiré”, explica convencida.

Una cuestión preocupa a esta mujer y es que muchas familias se toman la comunión como una celebración festiva y después los niños apenas vuelven a pisar la iglesia. “La comunión no es un acto social, es un acto religioso. Me preocupa que dejen de venir. Siempre les digo a los niños que no se aparten de Jesús”, explica esta mujer, empeñada en dar a los más pequeños consejos que les enseñen a “ser buenas personas”. Y eso trata de hacer con los cuatro niños que acuden este año a sus catequesis: Irene, Carla, Illán y Erick. Son los cuatro últimos de una larga lista de boaleses a los que Loli Rudeiros no olvida.

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