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Las doctoras con mando crecen en Jarrio: “Somos más, llegar a la jefatura es lógico”

“No estamos encerradas en un despacho, hacemos lo que el resto”, dicen las seis jefas de servicio, que alaban el buen ambiente del hospital

Por la izquierda, María Fernández, Alejandra Menéndez, Tania Rubio, Susana Filgueira, Raquel Salazar y Elba González, ayer, en el hospital. | T. Cascudo

Aunque las mujeres son mayoría en las facultades de Medicina y también ocupan la mayor parte de los empleos de la red sanitaria, las estadísticas a nivel estatal indican que solo un veinte por ciento de ellas ocupa puestos de dirección. La realidad es otra en el hospital de Jarrio, cabecera del área sanitaria del Noroccidente, donde cada vez son más las mujeres en puestos de mando. De hecho, de los doce servicios médicos del hospital, la mitad están liderados por doctoras.

“Cada vez la mujer está más presente en este hospital. En Rayos, por ejemplo, somos todas mujeres y que lleguemos a los puestos de mando es lo lógico”, dice la responsable, desde 2020, del servicio de Radiología, la doctora franquina Elba González. Con ella, que lleva veinticuatro años ejerciendo en el hospital coañés, coinciden las otras cinco jefas médicas, que ven su acceso a los cargos de responsabilidad como un proceso “normal”. LA NUEVA ESPAÑA las reunió ayer para charlar de su día a día en un centro capitaneado por otra mujer, Bárbara González de Cangas, y donde ellas son mayoría: representan el 84,3 por ciento del total de la plantilla. En los puestos médicos suman el 62%.

«Aquí el paciente es de todos y los servicios trabajan muy conectados», sostienen las profesionales

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Participaron en la charla la doctora María Fernández, que desde septiembre de 2015 es la jefa del Servicio de Atención al Ciudadano; Alejandra Menéndez, jefa del servicio de Urgencias desde octubre de 2020; Raquel Salazar, que está a punto de cumplir dos años al frente de Oftalmología; Tania Rubio, que es la responsable de Farmacia desde julio de 2021, aunque trabaja en el centro desde hace dos décadas, y Susana Filgueira, que dirige el servicio de Medicina Interna desde enero de 2019. Esta última recuerda cómo hace años era fácil que, al entrar en una habitación, los pacientes dieran por hecho que era enfermera, pero cree que cada vez se dan “muchísimo menos” situaciones de este tipo. Las compañeras más jóvenes dicen haber sentido más discriminación por la edad que por el género.

Sobre si hay diferencias entre el mando femenino y el masculino hay diversidad de opiniones. La doctora Tania Rubio opina que no y que las cualidades a la hora de ejercer la jefatura van con la persona y su profesionalidad. Sin embargo, Alejandra Menéndez sugiere que quizás ellas aporten una mayor implicación emocional. “Creo que quizás nos diferenciemos en estar más pendiente de esa parte personal o emocional, que va más allá de hacer un planing de trabajo”, opina también Filgueira. En lo que coinciden todas es en lo diferente que es ejercer una jefatura en un centro pequeño en comparación con los grandes hospitales. “No somos jefas encerradas en un despacho, de hecho la mayoría ni lo tenemos, hacemos lo mismo que el resto de compañeros y luego tenemos las tareas propias de la jefatura”, explican. “No estamos por encima, eres un compañero más y haces lo mismo”, apunta Filgueira.

Las que son madres como Alejandra Menéndez o Raquel Salazar señalan las dificultades que supone conciliar la crianza con un puesto de mando y la mochila de culpa que arrastran por ello. Las entiende bien María Fernández, la más veterana del grupo, quien recuerda haber sido tildada de “malamadre” por irse a congresos o depender de cuidadores cuando su hija era pequeña: “Lo pasé muy mal”, reconoce.

Todas están de acuerdo en lo fácil que es ejercer el mando en un hospital como Jarrio, donde el trato es familiar y donde los problemas del paciente “se comparten” entre los diferentes servicios, que trabajan “muy conectados”.

“Aquí el paciente es de todos y todo el mundo está enterado de lo que le pasa”, apunta la jefa de Farmacia, que explica que el hecho de trabajar en un hospital más pequeño permite también formarse con una visión más amplia. “Conozco compañeros que igual solo saben de tratamientos oncológicos, yo aquí hago de todo y eso te enriquece”, señala. Por poner una pega, Raquel Salazar echa en falta más recursos tecnológicos, pues cree que en los centros pequeños hay menos renovación de material.

Dicen las doctoras que en Jarrio hay mucho compañerismo y se trabaja a gusto, por eso, suele pasar que “la gente llega llorando y marcha llorando”. “El ambiente que hay en este hospital en cuanto a compañerismo y ayuda es increíble”, sostiene María Fernández. Lo corroboran sus compañeras, molestas con la “mala imagen” que a veces se traslada del centro. “Nos falta vender mejor lo bueno”, opinan. En este sentido, creen que para atraer más médicos y cubrir los puestos vacantes hacen falta incentivos más allá de los contratos. “Se están ofreciendo buenos contratos y la gente prefiere quedarse en el área central cobrando peor, por eso hay que buscar otros incentivos”, señalan, convencidas de que el hospital de Jarrio es un buen lugar para ejercer.

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