Muchos años pasaron desde aquel día en que Vicente Martínez, el padre de Manuela Martínez Rodríguez, más conocida por todos como Loli, se inició en el mundo de la hostelería en una feria en el pueblo de Gera. "Era por noviembre. Mi padre empezó en aquella feria con unos tablones de madera donde colocó un garrafón de coñá, otro de anís corriente y otro de guindas junto con cuatro pellejos de vino blanco y vino tinto. Era un día de frío y lluvia y me contaban que una tía mía era quien hacía el caldo y el café de pota", cuenta esta cocinera que explica cómo nació en una familia donde desde bien pequeña aprendió el amor por el oficio y por la cocina, en este caso de manos de su madre, Lourdes.
"Mis padres compraron la casa donde está hoy el restaurante y pensión Casa Vicente y habilitaron la parte baja como bar tienda", recuerda esta mujer que tiene dos hermanos. "Yo estaba haciendo el Bachillerato cuando le dije a mi padre que no me gustaba estudiar y me dijo: ‘pues si no te gusta, ya sabes lo que toca, trabajar’", recuerda esta hostelera, muy querida en el concejo de Tineo y quien al poco de casarse con José Francos, "Pepe", allá por 1983, y con quien tuvo dos hijas, recogió el testigo de su madre al frente de los fogones.
"Desde niña ya me fijaba en la cocina de mi madre, que además tenía que atender al ganado, pues teníamos vacas, pitas, cerdos... Cuando le tocaba atenderlo me dejaba allí y me decía: ‘Ten cuidado con esto y con lo otro, no te olvides de echar las fabas o mira que las patatas no queden sin agua’", recuerda esta mujer que cuenta con una clientela fiel por la fama de su pote, uno de sus platos más señeros, además de la parrilla. "Tenía yo ganas de poner la parrilla y al final, al ampliar la casa para poner la pensión y ampliar el comedor, la puse, y ha tenido mucho éxito. De aquella fui, creo, la primera mujer parrillera de Asturias, ahora hay alguna más", explica Loli, quien, en los dos últimos años, intentó por todos los medios encontrar quien continuara con su restaurante y pensión abierto. "Muchos me preguntaban que por qué no me jubilaba, que si no estaba cansada, pero aunque te canses porque la edad pasa para todos, en mi caso nunca fue así. ¡A mí me encanta cocinar y el trato con los clientes! Si cerraba esto sin tener quien lo continuara, sabía que nunca más se volvería a abrir", explica emocionada.
La llegada de Silvia Fernández y Andrea García, vecinas de Tineo, y con sobrada experiencia en el mundo de la hostelería, donde llevan trabajando en el ramo –la primera 20 años y la segunda 12– ha sido una alegría para Loli. Ya abrieron la pensión y están dando un lavado de cara al local para poder reabrir el restaurante el 1 de abril. "Hace una semana abrimos la pensión y ya está casi completo", dice Silvia, mientras que Andrea recuerda que "vamos a mantener el menú de Loli, por supuesto. Para nosotros el pote es esencial, junto con la parrilla y la fabada, además de recuperar otros platos que hacía Loli, como el paté de chorizo o el pote de callos. También meteremos otros platos más nuestros, un poco diferentes y adaptados a los tiempos que vivimos", señalan.
Con casa encima del bar
Ambas recogieron este fin de semana, de forma simbólica y por medio de la entrega de una de las potas con las que cocinaba Loli, una herencia y unas raíces gastronómicas que quieren mantener. "Esta entrega me recuerda mucho a mi abuela. Para nosotras es muy importante mantener viva la tradición y ahora tenemos la oportunidad de hacerlo aquí", dice Silvia.
En unos tiempos en que la pandemia fue "cerrando" algunos bares en la zona rural, saber que Casa Vicente, en El Peligro, seguirá adelante gracias a estas jóvenes emprendedoras es una noticia ilusionante para Loli y su clientela. "Todos estos años han merecido la pena solamente por la clientela maravillosa que tuve y tengo, a todos les estoy profundamente agradecida. Yo seguiré por aquí, porque vivo en el piso de arriba, pero a partir de ahora, cuando me veáis por el bar, será ya solo como clienta. Una clienta más".