Cuando se apagó la luz en su vida, Verónica Rey se marcó el reto de trabajar duro para algún día ser capaz de hablar de su hijo Raúl con una sonrisa. Su primogénito, un precioso bebé de tres meses de edad, falleció el 15 de mayo de 2017 por un derrame cerebral. Desde ese día, Rey se agarró con uñas y dientes a la vida y a los recuerdos junto a su pequeño. Seis años después, cuenta su historia, sus sentimientos y su camino hacia la luz en un valiente libro titulado “Las vidas que habitas”, que se presenta este viernes en La Caridad.

Esta maestra de profesión, natural de Tapia y vecina de la capital franquina, plasmó negro sobre blanco sus “vivencias, pensamientos y todas las sensaciones que tuve hacia las personas que se cruzaron en la vida de Raúl”. Espera que, pese a la dureza del relato, la gente se quede “con buen sabor de boca” y, también, que su historia pueda ayudar a otras madres que vivan situaciones similares.

Un consejo. Cuenta Verónica que cada persona vive el duelo de una manera diferente, pero, su recomendación es “hacer en todo momento lo que sientes, seguir tu propio instinto, sin que nadie te diga lo que debes sentir o cómo comportarte”. En su caso, decidió pedir ayuda externa y buscó las herramientas necesarias para transitar un duro camino con plena consciencia. "Cuando Raúl murió sentí oscuridad, miedo, ansiedad, un cúmulo de sentimientos que jamás pensé experimentar. Me angustiaba volverme loca y quería ser consciente en todo momento de lo que estaba viviendo", relata. Por eso, no quiso ningún tipo de medicación y se refugió en la palabra y en la escritura. "Yo necesitaba hablar, contar lo que me había pasado y tener a mi hijo siempre en mi boca. Así sigue siendo", añade.

Verónica Rey. T. Cascudo

“Brazos vacíos” para compartir. En Asturias opera una asociación denominada “Brazos vacíos”, impulsada por familias que se enfrentaron a la dura pérdida de un hijo y cuyo objetivo es acompañar en el duelo a las personas que pasan por este tipo de situaciones. “Conocí la asociación a través de mi psicóloga y me ayudaron a darle a Raúl el lugar que se merece, a descubrir que lo que yo sentía era normal y que no era la única que lo estaba viviendo. Son nuestros hijos y queremos hablar de ellos. Este libro en parte quiere dar luz a este tema, que la gente sepa que son cosas que pueden pasar y que pasan. Cuando estás embarazada nadie te dice que tu hijo se puede morir. No se trata de meter miedo a nadie, pero sí de tener conocimiento”, explica. Rey reivindica la necesidad de eliminar tabúes en torno a la muerte de bebés y niños, y a perder el miedo a hablar de ello. También recomienda a las personas cercanas a alguien que ha sufrido una pérdida así que no se rindan y que persistan en acompañar en el duelo. "No deben tener miedo a ver sufrir a una persona y que no desistan, porque al final todos necesitamos apoyo", subraya.

“La gente no sabe qué decir en momentos así y sueltan frases que a veces hacen daño como eso de ‘eres joven, aún puedes tener más hijos’, como si no tuvieras derecho a llorar tu pérdida. Nadie sustituye a nadie”, señala la tapiega, al tiempo que reclama más visibilidad y también formación para las personas que acompañan en el duelo, empezando por los profesionales sanitarios.

Un médico especial. Se llama Gonzalo Solís, es pediatra y jefe del servicio de Neonatología del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Siempre tendrá un lugar destacado en el corazón de esta madre. Sobre todo, porque, relata, fue de los pocos profesionales que tuvieron la empatía necesaria para acompañarla a ella y a su marido en los peores momentos de su vida. "Considero vital en situaciones como la que yo viví que los profesionales sean cercanos, empáticos y que les veas implicación. Si el trato recibido no es correcto, lo único que haces es añadir más peso al duelo", afirma.

Rey hojeando su libro. T. Cascudo

Salvar a otros niños. En medio de la mayor tristeza de su vida, la joven pareja tuvo que decidir qué hacer con los órganos del pequeño Raúl. Una mirada les bastó para saber que querían ayudar a otros pequeños. El corazón de su hijo viajó a Europa y el resto de órganos fueron al hospital de La Paz, en Madrid, para un trasplante multiorgánico. “Me encantaría saber que esos dos niños están bien, saber que Raúl los salvó y que su corazón late en algún lugar. La donación me ayudó mucho, aunque también pensaba en que ojalá lo hubieran salvado a él”, señala Rey.

Escritura como terapia. Desde siempre le gustó escribir y soñaba con crear su propio libro. Cuando nació Raúl, el 25 de enero de 2017, empezó un diario para registrar cada paso de un bebé muy esperado. “Ese diario fue una vía de escape tras su muerte y una manera de sentirlo siempre cerca, porque no quería que sus recuerdos se alejaran de mí, quería estar conectada a él”, apunta. Siguió y sigue escribiendo a su pequeño. “Me gustaría que el libro sirva para dejar constancia de que Raúl existió y de todo el amor y ternura que generó. Es triste porque se murió, pero quiero que la gente descubra todos los sentimientos buenos a los que nos agarramos para estar aquí”.

Aprendizaje. Dice Verónica: "La muerte de un hijo no se supera, solo aprendes a vivir con ello. Yo tampoco quiero superarlo, quiero ser siempre consciente de lo vivido. Ahora, seis años después, me veo bien aunque no soy yo al cien por cien y tampoco lo seré nunca, ese porcentaje que me falta es Raúl. A veces me cuesta decir que soy feliz y creo que siempre tendré un hilo de oscuridad por la pérdida de mi hijo".

 Cuando perdió a su bebé dejó de cantar, de ponerse ropa de colores o de pintarse las uñas. Creyó que nunca más sería capaz de cantar, hasta que un día se descubrió tarareando en la cocina. Fue poco antes de tener a su segundo hijo, Fabián, que junto al pequeño Bruno han venido a completar una familia de cinco miembros.

Dice la autora de “Las vidas que habitas” que todo lo vivido le sirvió para descubrir que es más fuerte de lo que pensaba y que también ganó prudencia: “Soy más prudente y sincera conmigo misma. Trabajé duro para llegar aquí y, aunque hay momentos sensibles y difíciles, ahora estoy bien”.

Objetivo conseguido. Quería poder hablar de su hijo sin llorar, hacerlo desde la felicidad de haberlo conocido y lo logró. Hoy luce una sonrisa casi tan bonita como la que Raúl regaló a todas las personas que tuvieron el privilegio de conocerle.