José Suárez Marqués, pixueto de nacimiento, publicista y promotor de la Asociación para la Defensa del Patrimonio Cultural de Cudillero y Concejo, acaba de publicar el libro «Cudillero, la memoria perdida», una muy documentada recopilación y análisis de la historia y la sociología del municipio. El libro se presentará el próximo 11 de octubre en la Biblioteca de Pravia, a las 19 horas, en un acto que también contará con la presencia de Luis Antonio García Martínez, doctor en Ciencias Náuticas y Navegación y comandante de la Armada retirado. Posteriormente, el libro se presentará también en Cudillero.
–Qué encontrará el lector en «Cudillero, la memoria perdida»?
–Lo que el tiempo se llevó, lo que el Cudillero actual está en el empeño de olvidar. Porque la cultura es la herramienta que nos hemos dado los humanos para defendernos del olvido y trasmitir el saber a lo largo de las generaciones.
–Usted reseña con detalle los testimonio de varios «relatores» que tuvo Cudillero a lo largo de la historia, desde las referencias del catastro del Marqués de la Ensenada, Juan Antonio Bances, Jovellanos u Ortega, entre otros… De todos esos textos, de todas estas miradas ilustres sobre Cudillero, ¿cuál considera que hoy es más interesante de volver a leer o rescatar?
–Yo creo que la del Marqués de la Ensenada, que además de ejecutar una fascinante obra de Gobierno, casi la única Administración con superávits en varios siglos. Su catastro se acercó a lo cotidiano con un nivel de detalle sorprendente de cuántos y cómo éramos y a qué nos dedicábamos. La visión de Bances es un tanto tributaria de la del Marqués, y la Ortega con Evaristo Valle, vendría a ser la de los primeros turistas y, además, no pasa de dato anecdótico en el río de «El espectador».
–¿Y cuál fue la que a usted le resultó más querida, entrañable o amarga por contraste con la actualidad?
–Yo diría que la de Bances es más cercana, más próxima o la que llega a empatizar con la esforzada vida de los pixuetos, sus vecinos de aquel tiempo; aunque sería Pascual Madoz quien ponga el dedo en la llaga reflejando su más que dura lucha.
–Según reseña en su libro, Bances y Valdés, en el siglo XVII, elucubra con que el nombre Cudillero vendría de la fábrica de «escudillas» a las que se habrían dedicado sus primeros pobladores. Agustín Bravo lo relaciona con lo intrincado de sus accesos; la catedrática Carmen Bobes lo hace derivar del latín y significar «codiciado». ¿Con cuál se queda usted y por qué?
–Sin ninguna duda con la de Agustín Bravo: tanto desde tierra como desde el mar el acceso natural a Cudillero es en forma de codo, así que sería una buena indicación para situarlo. Lo de las escudillas me parece una ocurrencia y, con todos los respetos, la moderna de Carmen Bobes no acaba de parecerme tan explícita.
–Como no podía ser de otra forma, usted hace un profundo análisis de la evolución del sector pesquero en Cudillero, verdadera razón de ser de la villa pixueta. Una historia de barcos sin puerto a un puerto sin barcos. ¿Qué sentido tiene Cudillero sin la pesca?
–Hoy, el de la parábola del «plato de lentejas». La pesca fue la actividad que dio un sentido muy peculiar a Cudillero, el citado Bances lo refleja admirablemente en el pasaje del aprecio a sus marinos en la Armada, o para Pascual Madoz en su destacado papel de proveedor de la meseta norte. Sin su razón de ser tendrá un sentido ajeno a su historia.
–¿Le gusta a usted el Cudillero turistizado actual? ¿Ve alternativa?
–Mi gusto ya no cuenta… Lo que importaría es que el modelo que se va configurando está acabando de romper, casi cualquier relación, con el Cudillero que fue. Ese es un proceso que ya parece irreversible. La cuestión es la alternativa que implica el uso desordenado, que criticaba Sennett, abocado a un particular desarrollo urbano turístico especulativo, con la construcción de nuevos apartamentos, además de la reconversión del barrio más tradicional… Entretanto, el poco espacio disponible para desarrollos como la energía verde está siendo ocupado por dotaciones y fondos europeos orientados al visitante, mientras el resto del tejido empresarial sobrevive al albur. No, definitivamente parece haberse excluido otra alternativa.
–La actividad pesquera conformó una sociedad peculiar, de la que usted hace un análisis antropológico en este libro. ¿Cómo era aquella sociedad y qué queda de ella?
–Hasta mediados del siglo pasado se mantuvo el aislamiento del resto de Asturias, como reflejaban los valores tradicionales de la familia, organizada en un claro matriarcado; o los del mundo de la pesca con una dura competitividad entre iguales o con los mismos barcos, pero germen o ascensor de clase en un mundo precapitalista, y donde son dueños de sus propios barcos, cobrando a la parte o por «quiñones», según lo pactado… Era peculiar, incluso, hasta en la fala local, perfectamente diferente del resto del concejo, como recogió la tesina de fin de carrera de una estudiante de la Sorbona. La llegada de los «pénjamos» –campamento universitario de trabajo– o la paulatina desaparición del pixueto anunciaban que, como cantaba Bob Dylan, los tiempos estaban cambiando: desde los sesenta comenzaría la llegada del primer turismo y las primeras señales del abandono de la pesca. En un período de tres décadas escasas, el Cudillero tan bien descrito por el antropólogo Juan Oliver Sánchez, desaparecerá casi por completo, hasta el punto de que la vieja guardia ya no lo reconocemos, nos parece un parque turístico, ajeno por completo a nuestra memoria.
–Entre los ilustres testimonios que cita habla del libro de Víctor de la Serna «Nuevo viaje por España» y su parada en Cudillero. Dice que hace un «retrato sobresaliente» del legado de los Selgas. ¿Qué cree que hoy escribiría sobre ese fabuloso conjunto arquitectónico y de su colección artística?
–Teniendo en cuenta su elitismo, prefiero no imaginarlo, pero… con toda seguridad denunciaría la traición absoluta al legado de Fortunato Selgas, a la intención de preservarlo íntegro y unido, a no anteponer la necesidad de mantener un modelo caduco de gestión del patrimonio a costa de tener que vender una parte para preservar antes el modelo de gestión que el propio legado así mermado. Seguro que se sumaría a la denuncia en procura de restituir la unidad de las colecciones, protegidas debidamente por la Administración.