Así es la primera ecoaldea vegana de Asturias: está en una casona del siglo XVIII en la comarca Oscos-Eo y funciona "como un piso compartido"

"Convivir es un reto y hay que currárselo, pero es muy bonito porque aprendes a cuidar del otro", defienden José Luis Moreno y Esther Trillo, los fundadores de "Savia"

Esther Trillo y José Luis Moreno en la finca de su ecoaldea, a su espalda.

Esther Trillo y José Luis Moreno en la finca de su ecoaldea, a su espalda. / T. Cascudo

Natural de Talavera de la Reina, en Toledo, José Luis Moreno es el fundador de la primera ecoaldea vegana de Asturias. El proyecto nació de una crisis personal que le llevó, en 2018, a dejar su trabajo como arquitecto y a replantearse su vida. Encontró la sanación en la vida en comunidad y, por eso, decidió liderar una iniciativa de vivienda comunitaria que respetase sus creencias vitales. Ahí nació "Savia", en una preciosa casona del siglo XVII enclavada en la comarca Oscos-Eo.

El cuestionamiento del modelo laboral y de relaciones humanas que impera en la actualidad, llevó a este hombre de 37 años a vivir en una ecoaldea en Almería. Descubrió allí que había otra forma de vida "en comunidad, más sencilla y tranquila, con un espacio de escucha, de comprensión y de cariño que sentía que me faltaba". ¿El problema? "Que no era un proyecto vegano y yo lo soy desde hace ocho años. Tengo claro que los animales no están para servirnos, no pueden ser meros recursos u objetos y quería un proyecto que cumpliera con esos parámetros", explica.

La pareja conversando en uno de los rincones de la vivienda.

La pareja conversando en uno de los rincones de la vivienda. / T. Cascudo

La compra de una casona

Sin embargo, ese proyecto soñado no existía. Casualidades de la vida, recibió un dinero familiar que le permitió diseñar su futuro. En un portal inmobiliario encontró una casona en venta en Asturias (prefiere no dar la ubicación concreta) que le encajaba como anillo al dedo. Se lanzó. En mayo de 2023 firmó la compra y siete meses después inició la obra.

Casi al mismo tiempo que él firmaba su escritura de propietario lo hacía la zaragozana Esther Trillo en la vecina Galicia, a no muchos kilómetros de distancia. Ella llevaba años trabajando en Madrid en el sector del marketing y vivía en una "crisis permantente" por no ser capaz de encontrar otras personas que encajaran con sus valores. "Siempre fui un bichillo raro a ojos de la gente", admite. Optó por dejarlo todo atrás e iniciar un proyecto de vida en soledad. Sin embargo, casualidades de la vida, su hermana le habló del proyecto de la ecoaldea vegana "Savia".

Doce habitaciones están libres

"Vine a conocerlo y conectamos desde el primer día", relata, consciente del poder y la capacidad de sanación que tiene la conexión con otras personas "alineadas con tu visión". Corría el mes de marzo de 2024 y, en junio, los dos empezaron a vivir en "Savia". Ahora ya son cuatro habitantes, pero siguen buscando personas para habitar las doce habitaciones libres que quedan. "El formato es de residentes en régimen de alquiler, porque algo que dejamos claro es que buscamos personas que vengan a vivir, no a hacer turismo. Queremos crear familia con ellos", relata la pareja, que ofrece un contrato inicial de tres meses de prueba.

La zona de aseo de la vivienda.

La zona de aseo de la vivienda. / T. Cascudo

Son conscientes de los estereotipos que existen en torno a este tipo de proyectos, pero dejan claro que hay infinidad de formatos. El suyo parte de una apuesta por vivir en comunidad, en la naturaleza y de forma más consciente. "Somos gente normal, con trabajos normales, que pagamos impuestos...", señalan, además de indicar que uno de sus empeños es que el proyecto tenga todo el sustento legal, por lo que, "todo el que viene tiene su contrato".

Como un piso compartido

Y añaden: "Esto funciona como un piso compartido, pero en un entorno rural y con unos valores compartidos. Lo que queremos es crear una comunidad de personas que compartan unos pilares básicos de sostenibilidad y veganismo, pero cada persona tiene su economía, su intimidad, su trabajo...".

La casa compartida tiene unas normas de funcionamiento, cosas sencillas como no usar productos químicos en el baño, se hacen comidas y cenas colectivas, se aprende a gestionar los conflictos y se apuesta por reducir al máximo el consumo. Además, han puesto en marcha un huerto comunitario en una parte de la enorme finca de tres hectáreas que rodea la vivienda. Es además un terreno urbanizable en el que el proyecto, de tener éxito, podría crecer. Pero no tienen prisa, van paso a paso.

Una vista de la vivienda desde el patio principal.

Una vista de la vivienda desde el patio principal. / T. Cascudo

"Convivir es un reto y hay que currárselo, pero es muy bonito porque aprendes a cuidar del otro, más allá de la familia", exponen. Ya han tenido malas experiencias, gente que ha probado y no ha encajado en la propuesta, pero no se rinden. Son conscientes del valor curativo de tejer "vínculos profundos y reales" con personas diferentes, pero con las que se comparten valores de vida. Y animan a probarlo.

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