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Carajitos centenarios

Un vocablo que durante mucho tiempo no pudo ser registrado por inmoral

El otro día hubo en Salas una gran fiesta -social y de hondas raíces históricas- organizada por las hermanas Carmen y Teresa de Aspe Llavona, herederas universales de la receta que, desde hace cien años, se conoce como los carajitos del profesor.

La efeméride ha culminado con la entrega del "Carajito de Oro" al ilustre profesor salense don Juan Velarde, que, aunque está curtido en mil batallas, no pudo evitar que asomase en sus ojos un brillo especial de emoción.

Como la historia de la creación, desarrollo e historia de los cien años de los carajitos del profesor ya ha sido narrada por eminentes plumas, entre ellas la de Camilo José Cela, a este humilde Cronista Oficial de Salas se le ocurre que puede que sea el momento de contar lo que pasaba en Malleza con un párroco llamado don Severino Menéndez -de los de raída sotana y gran paraguas para el sol de verano-, a quien popularmente se le conocía por el apodo de "Caborno", ya que era natural de dicho pueblo, de la parroquia de Mallecina.

Pocos años después de aquella guerra incivil, el buen cura mallezano nos confesaba a los niños ayudándonos a contarle nuestros pecados, ya que no acertábamos muy bien a discernir la diferencia entre el pecado venial y los otros, los más gordos, que, lógicamente, por nuestra corta edad, no los teníamos. El buen cura nos iba preguntando tal que así: "¿Desobedeciste a tu padre o a tu madre?". Y decíamos que no porque, si lo hubiésemos hecho, el zurriagazo que nos caía de nuestro padre o el zapatillazo de mamá hubiesen sido de órdago a la grande. "¿Ofendiste a Dios?". "No, don Severino, por Dios". "¿Dijiste coños y carajos cuando te enfadaste?". Y aquí, claro, ya nos cazaba. Porque jugando al balón ¿quién era el guapo que no había dicho un coño o un carajo mientras propinaba una patada a quien te había derribado en la boca del gol?. Al final, don Severino nos imponía una penitencia, por los coños, carajos y todo lo demás, que no era más que un Padrenuestro y tres Aves Marías. O sea, todo perdonado y que pase el siguiente.

Estoy convencido porque lo viví en aquellos lejanos tiempos en los que el vocablo carajo era tachado de inmoral y, por tanto, los carajitos del profesor no pudieron tener durante años la denominación que los hizo universales, ya que aquel cura sentenciaba en un confesonario de Malleza que si un niño confesaba: "carajo, Pepe, voy a rompete una pata por esa entrada que me hiciste", era, en el peor de los casos, pecado venial. Lo de romper la pierna, por venganza futbolera, ya hubiese sido otra cuestión.

Si el carajo para un cura de vieja sotana y paraguas para el sol no era pecado ¿qué se puede decir de los carajitos del profesor?. Pues que tienen materia prima tan noble como la avellana y el azúcar, entre otros ingredientes, mano maestra en la elaboración, con grandes dosis de cariño y fidelidad a la tradición, y que, actualmente, son hasta bendecidos en la Catedral de Santiago de Compostela por la riada de peregrinos que pasan por Salas y que se los llevan como un tesoro, como una reliquia, como un símbolo de una tierra buena y noble como es esta de nuestro concejo de Salas.

He sido sacristán de don Severino y me consta que nunca hubo en su frugal mesa carajitos del profesor porque, de ser así, los hubiese declarado en su territorio como una bendición del Señor. Y hasta suprimiría las tres Aves Marías de la penitencia a los niños.

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