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El carnet del Babosín

Ya es obligatorio estar acreditado para optar a la compra de productos contra las plagas

En este año que vamos a liquidar dentro de pocos días me he visto obligado, si quise mantener a raya a los caracoles, los llimiagos y otros depredadores de mi huerto familiar, a estudiar, sesenta años después haber ido a la escuela, la regla de tres. Menos mal que fue solo la simple, que si llega a ser la compuesta entonces hubiese fracasado en el intento. Lo mío siempre han sido las letras, puesto que las matemáticas siempre me han producido unos sudores como si fuesen de una gripe de un par de semanas.

Cada vez que iba a la tienda de productos fitosanitarios a comprar algo para combatir los bichos me preguntaban si tenía el carnet de manipulador. Y al no disponer del mismo se me permitía, algo así como bajo cuerda, el dar el número de algún vecino que lo tuviese. Si tampoco lo podía aportar, entonces me facilitaban un producto menos eficaz y de mayor precio.

Eran tantos los inconvenientes que me decidí a asistir a un curso de una semana impartido en la Casa de la Cultura de Salas haciendo un desplazamiento diario desde mi domicilio, ida y vuelta, de 150 kilómetros y abonar las costas correspondiente, incluido el salario del profesor que pagamos entre la decena de alumnos que asistimos. El susto llegó ya en la presentación del plan de estudios, porque se nos informó de que había que estudiar problemas de regla de tres simple. Se nos permitía, eso sí, utilizar una calculadora, de esas tan pequeñas como un librito de papel de fumar, el día del examen.

A examinarnos vino un técnico de la Consejería de Medio Rural. Pero a cambio tuvimos todos que facilitarle la documentación que acreditase las características de nuestro huerto, el número de parcela, el polígono y la escritura de propiedad del terreno. Debe de ser, me imagino, para tenernos controlados por si en vez de plantar berzas nos da por cultivar marihuana.

La regla de tres simple, por fortuna, salió bien, y un mes después del examen recibí una carta de la Consejería con el carnet de manipulador de productos fitosanitarios en la categoría de huerto familiar. Es imposible que el "ingeniero" -agrónomo claro- que diseñó estos cursos no sepa que en la tienda pides el Babosín y ya te dan la dosis exacta. Solo tienes que llenar la sulfatadora con los diez litros de agua y echarle el producto. La regla de tres ya la domina el encargado de la tienda, que por cierto tuvo que hacer un curso que le costó cerca de los quinientos euros.

Gracias a mi empeño en conseguir este carnet ya me he reciclado en materia tan complicada como la regla de tres simple. No tengo la menor duda de que el año que ahora finaliza ha sido muy provechoso en mi historial como cultivador de un huerto pequeñín. Y? ¡que vengan los llimiagos!

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